Las palabras que nunca se olvidan: Un invierno en casa de los Ortega
Nunca olvidaré el día en que mi suegra me miró a los ojos y, con una frialdad que helaba más que la nieve de aquel enero madrileño, me dijo que no era suficiente para su hijo. Aquella frase marcó el inicio de una batalla interna por aceptarme y encontrar mi lugar en una familia que parecía tenerlo todo menos espacio para alguien como yo. Esta es la historia de cómo aprendí a quererme, incluso cuando los demás no lo hacían.