Herencia envenenada: El precio de una fortuna inesperada
—¿Pero qué demonios habéis hecho? —gritó mi madre, con el rostro desencajado, mientras sostenía el periódico donde salíamos mi marido, Marcos, y yo en portada, bajo el titular: “Jóvenes heredan mansión de 50 millones tras muerte de vecina”.
No supe qué contestar. Aún tenía las manos temblorosas y la voz de la abogada resonando en mi cabeza: “Sois los únicos beneficiarios del testamento de doña Carmen. Todo es vuestro”.
Recuerdo perfectamente la primera vez que vi a doña Carmen. Yo tenía apenas siete años y ella me ofreció un trozo de tarta de manzana a través de la verja de su jardín. Desde entonces, fue como una abuela para mí. Mis padres siempre decían que era una mujer rara, demasiado sola, demasiado rica para mezclarse con nosotros. Pero yo la adoraba. Cuando Marcos y yo nos casamos y nos mudamos al piso de enfrente, ella fue la única que nos recibió con los brazos abiertos.
La noticia de su muerte llegó una mañana de abril, fría y lluviosa. Apenas habíamos terminado de desayunar cuando llamaron a la puerta. Era un notario acompañado por dos policías. Nos sentaron en el salón y nos leyeron el testamento. Doña Carmen nos dejaba su mansión en La Moraleja, sus cuentas bancarias, sus obras de arte… todo. Ni una palabra para sus sobrinos, ni para su hermana, ni para nadie más.
Al principio, no entendimos la magnitud del asunto. Pensamos que sería un error, una broma cruel del destino. Pero no tardaron en llegar los periodistas, los abogados y, sobre todo, la familia de doña Carmen. Su sobrina Lucía fue la primera en aparecer.
—¡Sois unos aprovechados! —nos gritó desde la acera—. ¡Seguro que la manipulasteis cuando estaba enferma! ¡Eso no os pertenece!
Intenté explicarle que nunca le pedimos nada a Carmen, que solo la cuidábamos porque la queríamos. Pero Lucía no quería escuchar razones. Pronto llegaron los insultos anónimos por redes sociales, las miradas torvas en el supermercado, los susurros en la panadería.
Mi propio padre empezó a dudar de nosotros.
—¿De verdad no le dijisteis nada? —me preguntó una noche, mientras cenábamos en silencio—. ¿No le sugeristeis que os pusiera en el testamento?
Sentí cómo se me rompía algo por dentro. ¿Cómo podía pensar eso de mí?
La mansión era un sueño y una pesadilla a la vez. Cada rincón olía a recuerdos de Carmen: las fotos antiguas en el pasillo, los libros polvorientos en la biblioteca, las cartas sin abrir sobre su escritorio. Pero también era un campo de batalla. Los abogados de la familia impugnaron el testamento y nos arrastraron a juicio.
Durante meses vivimos entre cajas sin abrir y cartas amenazantes. Marcos perdió su trabajo porque su jefe no quería “escándalos” en la empresa. Yo dejé de salir a la calle por miedo a encontrarme con algún vecino hostil. Mi hermana dejó de hablarme porque pensaba que me había vuelto “una pija”.
El juicio fue un circo mediático. Los abogados de Lucía trajeron testigos que aseguraban que Carmen estaba senil cuando firmó el testamento. Nosotros presentamos cartas y vídeos donde ella decía claramente que no confiaba en su familia y que solo nosotros la habíamos cuidado cuando enfermó.
Una tarde, mientras esperaba fuera del juzgado, me encontré con Lucía.
—¿Por qué tú y no yo? —me preguntó con lágrimas en los ojos—. ¿Por qué te eligió a ti?
No supe qué decirle. Tal vez porque nunca le pedí nada. Tal vez porque fui la única que se sentó a escucharla cuando todos estaban demasiado ocupados para visitarla.
El juez falló a nuestro favor. La herencia era legalmente nuestra. Pero nada volvió a ser igual. Mi familia seguía mirándome con desconfianza; los vecinos nos evitaban; Marcos y yo discutíamos cada noche sobre si venderlo todo e irnos lejos o intentar empezar de nuevo allí.
Una noche, sentada sola en el jardín de la mansión, pensé en Carmen y en todo lo que había perdido por esa fortuna: amigos, familia, tranquilidad… ¿De verdad merecía la pena?
A veces me pregunto si el dinero puede comprar algo más que problemas. ¿Qué haríais vosotros si os encontraseis en mi lugar? ¿Vale más una conciencia tranquila o una vida llena de lujos pero vacía de afectos?