El legado de la señora Rosario: Herencia, celos y la verdad oculta

—¿Por qué a vosotros? —La voz de mi cuñada Marta retumbó en el salón, tan afilada como el cuchillo con el que cortaba el pan en la mesa de Navidad. Nadie se atrevía a mirarla a los ojos. Mi marido Tomás me apretó la mano bajo la mesa, pero yo sentía que el suelo se abría bajo mis pies.

Aquel día, la noticia había corrido como la pólvora por el barrio de Chamberí: la señora Rosario, nuestra vecina octogenaria, había fallecido y, contra todo pronóstico, nos había dejado su villa de tres plantas en pleno centro de Madrid. Ni sus sobrinos ni sus primas, ni siquiera su ahijada Lucía, habían recibido nada. Todo era para nosotros, dos simples vecinos que le hacían la compra y le acompañaban al médico.

La primera noche tras el funeral no dormí. Escuchaba los susurros de Tomás en el pasillo hablando con su hermano Luis:

—No entiendo nada, Luis. Rosario apenas hablaba de su familia. Siempre decía que nosotros éramos como sus hijos…
—¿Y tú te lo crees? —replicó Luis—. Aquí hay algo raro. ¿Seguro que no le habéis hecho firmar nada?

Me dolió escuchar aquello. ¿Cómo podía pensar eso de nosotros? Pero lo peor fue cuando empezaron a llegar los mensajes anónimos al buzón: «Ladrones», «Eso no os pertenece», «Devolved lo que no es vuestro». La prensa local publicó titulares sensacionalistas: «Pareja madrileña hereda mansión millonaria de anciana solitaria». Los periodistas acampaban frente a nuestra puerta. Mi madre me llamó llorando:

—Hija, ¿qué está pasando? ¿Por qué dicen esas cosas horribles de vosotros?

Intenté explicarle que todo era legal, que Rosario había dejado un testamento ante notario. Pero ni siquiera yo entendía por qué nos había elegido a nosotros. Recordaba las tardes en las que le leía novelas de Almudena Grandes mientras ella tejía bufandas para los niños del hospital. Sus historias de juventud durante la posguerra, su risa contagiosa cuando Tomás le contaba chistes malos… ¿Era eso suficiente para merecer semejante regalo?

La familia de Rosario no tardó en aparecer. Su sobrina Carmen vino a casa con ojos rojos y voz temblorosa:

—Mi tía estaba enferma… No estaba en sus cabales cuando firmó ese papel. Vosotros os aprovechasteis de su soledad.

Me quedé helada. Intenté abrazarla pero me apartó con brusquedad.

—No quiero tu compasión —escupió—. Esto no va a quedar así.

Empezaron los juicios. Los abogados nos acosaban con preguntas insidiosas: «¿Alguna vez presionaron a la señora Rosario para que cambiara su testamento?», «¿Recibieron algún tipo de compensación económica antes de su fallecimiento?». Cada vez que entraba en la sala del juzgado sentía que todos me miraban como si fuera una impostora.

Tomás intentaba mantener la calma, pero yo veía cómo se le marcaban las ojeras y cómo evitaba hablar del tema con nuestros amigos. Algunos dejaron de llamarnos; otros nos miraban con recelo en el supermercado.

Una tarde, mientras limpiaba el polvo del despacho de Rosario, encontré una caja de madera con cartas antiguas. Eran correspondencia entre ella y su hermana fallecida, y entre ellas había una carta dirigida a mí:

«Querida Elena,

Si estás leyendo esto es porque ya no estoy. No quiero que te sientas culpable por nada; mi familia nunca me entendió ni me aceptó como era. Vosotros fuisteis mi verdadera familia estos últimos años. Gracias por devolverme la alegría y la dignidad cuando más lo necesitaba.

Con cariño,
Rosario»

Lloré durante horas abrazada a esa carta. Por primera vez sentí paz, pero también una tristeza infinita por el dolor causado a tanta gente.

El proceso judicial duró meses. Al final, el juez dictaminó que el testamento era válido y que no había pruebas de coacción. Ganamos legalmente, pero perdimos amistades, confianza y parte de nuestra inocencia.

La villa sigue siendo nuestra, pero rara vez vamos allí. Cada rincón me recuerda a Rosario: su perfume a violetas, su voz ronca llamando desde la cocina, su risa cuando le contábamos nuestras pequeñas desgracias cotidianas.

A veces me pregunto si merecía la pena todo esto. ¿Puede una herencia realmente cambiar tanto la vida de una persona? ¿Qué haríais vosotros si estuvierais en mi lugar?