Cuando Papá Cerró la Puerta: Un Invierno en la Calle Alcalá

—¿Así que te vas? —La voz de mi madre retumbó en el pasillo, tan fría como el viento que se colaba por la ventana del salón. Yo estaba sentada en las escaleras, con el corazón encogido, escuchando cada palabra como si fueran piedras cayendo sobre mi pecho.

Mi padre, con la maleta en la mano y los ojos rojos, no respondió. Solo bajó la cabeza y cruzó la puerta. El portazo resonó en toda la casa, y su eco aún me acompaña cada noche cuando intento dormir.

Me llamo Lucía y tengo diecisiete años. Vivo en Madrid, en un piso antiguo de la calle Alcalá, junto a mi madre, Carmen, y mi hermana pequeña, Paula. Hasta hace unos meses, éramos una familia normal: cenas de tortilla los jueves, broncas por el mando de la tele y domingos de paseo por El Retiro. Pero todo cambió el día que mi madre le dio un ultimátum a mi padre: “O cambias o te vas”. Él eligió irse.

Durante semanas, el silencio fue nuestro único compañero. Mi madre se encerraba en su cuarto a llorar cuando pensaba que no la oíamos. Paula preguntaba cada noche cuándo volvería papá. Yo fingía que no me importaba, pero por dentro sentía que me arrancaban algo vital.

—¿Por qué se ha ido papá? —me preguntó Paula una tarde mientras hacíamos los deberes.
—Está… está pensando —le mentí—. A veces los mayores necesitan tiempo para aclararse.

Pero yo sabía la verdad. Había escuchado las discusiones: el trabajo de mi padre iba mal, mi madre estaba cansada de cargar con todo y él se había vuelto un fantasma en casa. La última pelea fue por dinero, pero en realidad era por todo lo que no se decían desde hacía años.

Las semanas pasaron lentas. En el instituto, mis amigas hablaban de viajes y fiestas, pero yo solo pensaba en si mi padre estaría bien o si habría encontrado otro sitio donde dormir. A veces le escribía mensajes que nunca enviaba: “Papá, ¿me echas de menos? ¿Vas a volver?”

Una tarde de noviembre, mientras llovía a cántaros y Madrid parecía más gris que nunca, mi madre nos reunió en el salón.

—Vuestro padre va a estar fuera seis meses —dijo sin mirarnos—. Es lo mejor para todos.

Paula rompió a llorar. Yo sentí rabia. ¿Lo mejor para quién? ¿Para ella? ¿Para él? ¿Y nosotras?

Empecé a salir más con mis amigos solo para no estar en casa. Pero nada llenaba el vacío. Una noche, después de una discusión con mi madre porque llegué tarde, exploté:

—¡Tú le echaste! ¡Tú le diste el ultimátum! ¡Ahora estamos solas por tu culpa!

Mi madre se quedó helada. Vi cómo se le rompía algo por dentro. Se sentó en la mesa y empezó a llorar como una niña pequeña.

—No sabes lo difícil que es esto para mí —susurró—. Solo quería que cambiara… que volviera a ser el hombre del que me enamoré.

Me sentí culpable al instante. Me acerqué y la abracé. Por primera vez entendí que ella también estaba rota.

Los meses siguientes fueron una montaña rusa. Mi padre llamaba de vez en cuando, pero sus llamadas eran cortas y llenas de silencios incómodos.

—¿Cómo estáis? —preguntaba.
—Bien —respondíamos las dos a la vez, aunque era mentira.

En Navidad, vino a casa para cenar. Fue extraño verlo sentado en su sitio como si nada hubiera pasado. Paula no se despegó de él ni un segundo. Yo apenas le hablé. Cuando se fue, me quedé mirando la puerta cerrarse otra vez.

Un día, encontré una carta suya escondida entre mis libros:

“Lucía,
Sé que te he fallado. No sé si algún día podré arreglarlo, pero quiero que sepas que os quiero más que a nada en este mundo. A veces los adultos nos perdemos y no sabemos cómo volver. No es culpa tuya ni de tu madre. Solo espero que puedas perdonarme algún día.”

Lloré durante horas. Por primera vez entendí que los padres también son humanos, también se equivocan y también tienen miedo.

Ahora han pasado cinco meses desde que papá se fue. La casa sigue llena de ausencias, pero poco a poco hemos aprendido a vivir con ellas. Mi madre sonríe más, Paula ha dejado de preguntar cada noche por papá y yo… yo sigo esperando respuestas.

A veces me pregunto si algún día volveremos a ser una familia o si este invierno será eterno para nosotros.

¿De verdad es posible perdonar cuando alguien te rompe el corazón? ¿Cómo se sigue adelante cuando lo único que quieres es volver atrás y cambiarlo todo?