El coche de mi hermano a mi nombre: una trampa familiar española

—¿Por qué no me lo dijiste antes, Luis? —le grité, con la carta de la DGT temblando en mi mano. Era la tercera multa en dos meses, todas por exceso de velocidad, todas a mi nombre. Mi madre, Carmen, desde la cocina, intentaba calmarme: —No os peleéis, por favor. Sois hermanos.

Pero yo ya no podía más. Todo empezó hace seis meses, una tarde de septiembre en nuestro piso de Vallecas. Luis llegó con esa sonrisa suya de siempre, la que usaba cuando quería algo. —Mira, Marta, necesito que me hagas un favor. Solo tienes que firmar unos papeles para el coche. No me dan el préstamo porque sigo en el paro, pero tú tienes contrato fijo en la tienda. Es solo el papeleo, te lo juro.

Yo dudé. Sabía cómo era Luis: encantador, pero irresponsable. Pero era mi hermano pequeño y mamá siempre decía que la familia es lo primero. Así que firmé. Un simple garabato y el coche —un Seat León rojo brillante— estaba a mi nombre.

Al principio todo fue bien. Luis venía a casa los domingos, traía churros y nos reíamos como antes. Pero pronto empezaron a llegar las cartas: primero una multa por aparcar en doble fila en Lavapiés; luego otra por exceso de velocidad en la M-30; después, una notificación de embargo porque no había pagado el seguro. Cada vez que le llamaba para pedir explicaciones, él tenía una excusa: —Tranquila, Marta, lo arreglo mañana. Es solo un despiste.

Pero los despistes se acumulaban y yo empecé a recibir llamadas del banco. Mi nómina estaba embargada parcialmente y la directora de la sucursal, doña Mercedes, me miraba con lástima cada vez que iba a preguntar por mi cuenta. —Marta, tienes que solucionar esto. Si no pagas tú, nadie lo hará.

En casa, la tensión era insoportable. Mamá defendía a Luis: —Está pasando una mala racha, hija. Tú tienes trabajo, puedes aguantarlo mejor que él. Pero yo sentía que me ahogaba. No podía dormir pensando en las deudas y en cómo iba a pagar el alquiler.

Una noche, después de otra discusión con Luis —esta vez por teléfono— me derrumbé en el sofá. Mi novio, Sergio, intentó consolarme: —Tienes que pensar en ti misma alguna vez. No puedes cargar con todo por culpa de tu hermano.

Pero ¿cómo iba a dejarle tirado? Recordaba cuando éramos niños y yo le defendía en el colegio o le ayudaba con los deberes porque mamá tenía tres trabajos y papá ya no estaba. Sentía que era mi deber protegerle.

La situación llegó al límite cuando recibí una citación judicial: Luis había tenido un accidente menor con el coche y se había dado a la fuga. El seguro estaba sin pagar y la denuncia era contra mí. Me temblaban las manos cuando le llamé:

—Luis, esto ya no es una broma. Me van a quitar el piso si no pago todo esto.

Él guardó silencio unos segundos y luego murmuró:

—Lo siento, Marta… No sé qué hacer.

Por primera vez sentí rabia hacia él. No solo por lo que me estaba haciendo, sino porque ni siquiera era capaz de asumir su responsabilidad.

Fui a ver a mamá para pedirle ayuda. Ella lloró conmigo pero solo pudo ofrecerme palabras vacías: —La familia es lo más importante…

Pero ¿y yo? ¿No era también familia? ¿No merecía yo también ser cuidada alguna vez?

Al final tuve que vender mis ahorros para pagar parte de las deudas y negociar con el banco un préstamo personal para evitar el embargo. Luis desapareció durante semanas; nadie sabía dónde estaba. Mamá enfermó del disgusto y yo tuve que pedir días libres en el trabajo para cuidarla.

Cuando por fin Luis volvió, flaco y ojeroso, solo dijo:

—Perdóname, Marta… No sabía cómo parar esto.

Le miré largo rato antes de contestar:

—A veces ayudar demasiado es peor que no ayudar nada.

Hoy sigo pagando aquel préstamo y el coche ya ni existe: lo vendieron para saldar parte de la deuda. Mi relación con Luis nunca volvió a ser igual; hablamos poco y siempre con cautela. Mamá sigue diciendo que algún día todo se arreglará.

Pero yo ya no soy la misma. Aprendí que poner límites no es egoísmo; es supervivencia.

¿Hasta dónde debe llegar el sacrificio por la familia? ¿Cuándo deja de ser amor y empieza a ser autodestrucción?