Cuando el mundo se pone en tu contra: Mi madre y mi ex contra mí
—No puedes seguir así, Lucía. Piensa en Alba —la voz de mi madre retumbó en el pasillo, tan fría como el mármol de la entrada. Yo apretaba los puños, sintiendo cómo la rabia me subía por la garganta.
—¿Y tú qué sabes de lo que necesita mi hija? —le respondí, casi sin voz, mientras Alba jugaba en el salón ajena a la tormenta que se desataba a pocos metros.
Nunca imaginé que mi propia madre, Carmen, sería capaz de traicionarme. Pero desde que Sergio y yo nos separamos, ella se ha convertido en su mejor aliada. No sé si es por lástima hacia él o porque nunca ha creído que yo sea capaz de criar a mi hija sola. Lo cierto es que cada vez que Sergio viene a buscar a Alba, mi madre le recibe con una sonrisa y una bandeja de magdalenas, como si fuera el yerno perfecto.
Recuerdo la primera vez que sentí esa puñalada. Fue hace seis meses, cuando Sergio llegó tarde a recoger a Alba y yo le recriminé su falta de responsabilidad. Mi madre intervino, poniéndose de su parte:
—Lucía, no seas tan dura con él. Bastante tiene con lo suyo.
Lo suyo. Como si yo no estuviera destrozada por dentro, como si no tuviera que recomponerme cada mañana para que Alba no notara mis lágrimas en la almohada.
Desde entonces, todo ha ido a peor. Las discusiones con mi madre son diarias. Me siento una extraña en mi propia casa. Ella insiste en que Sergio debe pasar más tiempo con Alba, que necesita a su padre. Pero yo sé lo que hay detrás: Sergio quiere la custodia compartida solo para fastidiarme, para demostrarme que puede ganar.
Una tarde, mientras preparaba la merienda para Alba, escuché a mi madre hablando por teléfono en la cocina:
—No te preocupes, Sergio. Yo me encargo de convencerla. Alba estará mejor contigo unos días.
Sentí cómo se me helaba la sangre. ¿Mi madre conspirando con mi exmarido? ¿Hasta dónde era capaz de llegar?
Esa noche no pude dormir. Me preguntaba una y otra vez qué había hecho mal para merecer esto. Siempre he sido una hija responsable, trabajadora, nunca le di problemas… ¿Por qué ahora me daba la espalda cuando más la necesitaba?
Al día siguiente, decidí enfrentarla.
—¿Por qué haces esto, mamá? ¿Por qué te pones de parte de Sergio? —le pregunté con la voz temblorosa.
Ella me miró con cansancio, como si yo fuera una niña caprichosa.
—Porque tú sola no puedes con todo, Lucía. No quiero verte hundida. Y Sergio tiene derecho a estar con su hija.
—¿Y yo? ¿No tengo derecho a sentirme apoyada por mi propia madre?
Se hizo un silencio espeso entre nosotras. Alba apareció en el umbral con su peluche favorito y me abrazó fuerte. En ese momento sentí que solo ella estaba de mi lado.
Los días siguientes fueron una sucesión de pequeñas traiciones: mi madre le contaba a Sergio detalles de mi vida privada, le avisaba cuando yo tenía turno de noche en el hospital para que pudiera ver a Alba más tiempo… Incluso llegó a decirle que yo estaba demasiado estresada para cuidar bien de nuestra hija.
Una tarde de domingo, mientras paseábamos por el Retiro, Alba me preguntó:
—Mamá, ¿por qué abuela y papá siempre hablan bajito cuando tú no estás?
No supe qué responderle. ¿Cómo explicarle a una niña de seis años que los adultos también pueden ser crueles?
El colmo llegó cuando recibí una notificación judicial: Sergio había solicitado la custodia compartida y presentado como testigo… a mi propia madre.
Me derrumbé. Lloré durante horas en el baño, intentando no hacer ruido para que Alba no se asustara. Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.
La vista fue un suplicio. Mi madre declaró ante el juez que yo estaba «desbordada» y que Sergio era un padre «implicado». Yo apenas podía mirarla a los ojos.
Después del juicio, volví a casa con Alba y me encerré en mi habitación. Mi madre intentó hablar conmigo:
—Lucía, lo hice por tu bien…
—No quiero oírlo —le corté—. Me has traicionado como nadie lo había hecho nunca.
Desde entonces apenas nos hablamos. La relación está rota y no sé si algún día podré perdonarla.
Ahora vivo con el miedo constante de perder a mi hija y la certeza amarga de que no puedo confiar ni siquiera en mi propia familia.
A veces me pregunto: ¿Qué sentido tiene luchar si quienes deberían apoyarte son los primeros en apuñalarte por la espalda? ¿Alguna vez podré volver a confiar en alguien?