Antes de morir, tengo que contarte la verdad: El secreto de la familia de Julián
—No me mires así, Marta. No es fácil para mí decir esto, pero ya no puedo seguir callando —la voz de Julián temblaba, sus manos arrugadas apretando el rosario que siempre llevaba en el bolsillo. La habitación olía a alcanfor y a sopa recién hecha, y fuera, en la calle, los niños jugaban a la pelota como si el mundo no estuviera a punto de cambiar.
Marta, su nieta, se sentó a su lado en la cama, con los ojos abiertos como platos. —Abuelo, ¿qué pasa? ¿Por qué estás tan nervioso? —preguntó, aunque en su interior ya intuía que algo grave se avecinaba.
Julián tragó saliva. —Toda mi vida he guardado un secreto. Uno que pesa más que una losa y que no me deja dormir por las noches. Antes de morir, necesito contártelo. No puedo llevarme esto a la tumba.
Marta le cogió la mano. —Dímelo, abuelo. No tengas miedo.
Julián suspiró y miró por la ventana, donde el sol caía sobre los tejados rojizos del barrio de Lavapiés. —En nuestra familia siempre hemos dicho que tu bisabuelo murió en la guerra, luchando por la República. Pero no es verdad. Nadie ha querido hablar de ello porque nos daba vergüenza, porque en este país las heridas nunca terminan de cerrar.
Marta sintió un escalofrío. —¿Qué pasó realmente?
—Tu bisabuelo no murió luchando. Fue capturado por un grupo de soldados alemanes que ayudaban a Franco. Lo llevaron a un campo cerca de Burgos y allí… —la voz se le quebró— allí fue obligado a colaborar con ellos. Le amenazaron con matarle si no les ayudaba a traducir documentos y a identificar a otros republicanos escondidos.
Marta se tapó la boca con las manos. —¿Y lo hizo?
—No tuvo elección. Tenía miedo por su vida y por la de su familia. Pero cuando intentó escapar para avisar a los suyos, lo descubrieron y… —Julián cerró los ojos— lo ejecutaron delante de todos. Nadie quiso hablar de ello después. Dijeron que había muerto como un héroe para protegernos del qué dirán, para no manchar el apellido.
El silencio pesó entre los dos como una manta húmeda. Afuera, una vecina gritaba desde el balcón: “¡Niño, sube ya que se enfría la merienda!”
—Abuelo… —Marta apenas podía articular palabra— ¿Por qué nunca lo contasteis?
—Porque en España, hija mía, nos enseñaron a callar. A tragar con todo y mirar hacia otro lado. Aquí las familias se rompieron en dos y nadie quería remover el pasado. Pero yo ya estoy viejo y no quiero que te quedes con una mentira. Es hora de que sepáis la verdad.
Marta lloraba en silencio. Recordó todas las veces que había sentido orgullo al hablar de su bisabuelo en clase, todas las historias heroicas que le habían contado. Ahora todo tenía otro color, más gris, más humano.
—¿Y tú cómo lo has llevado todos estos años? —preguntó con voz rota.
Julián sonrió tristemente. —He vivido con miedo y con culpa. Pero también con esperanza de que algún día alguien tuviera el valor de mirar atrás sin odio y sin vergüenza. Porque al final todos somos víctimas de algo más grande que nosotros mismos.
La tarde caía sobre Madrid y el bullicio del barrio seguía ajeno al drama que se vivía en aquella habitación.
—¿Crees que algún día podremos hablar del pasado sin miedo? ¿O seguiremos escondiendo nuestras heridas bajo la alfombra? A veces me pregunto si contar la verdad sirve para sanar o solo para abrir viejas cicatrices… ¿Tú qué piensas?