Cuando el amor se convierte en carga: La historia de una madre y su hija en Madrid

—¿Por qué no vienes este domingo a comer, Lucía? —pregunté con la voz temblorosa, apretando el móvil contra mi oído como si así pudiera retenerla un poco más cerca.

Del otro lado, el silencio fue más largo de lo habitual. Escuché un suspiro, casi imperceptible, antes de que mi hija respondiera:

—Mamá, ya te lo he dicho… Tenemos planes con los amigos de Álvaro. No podemos estar todos los fines de semana contigo.

Sentí cómo se me encogía el pecho. Miré la mesa del comedor, aún puesta para dos, como cada domingo desde hace meses. El mantel de cuadros rojos y blancos, las copas relucientes, el aroma del cocido madrileño que tanto le gustaba a Lucía cuando era niña… Todo parecía burlarse de mi soledad.

Colgué despacio y me senté junto a la ventana. Afuera, la Gran Vía hervía de vida y ruido, pero aquí dentro sólo quedaba el eco de mis recuerdos. ¿En qué momento mi hija se había convertido en una extraña?

Mi vida siempre giró en torno a Lucía. Cuando su padre nos dejó, ella tenía apenas seis años. Trabajé de cajera en el supermercado del barrio, doblando turnos para que no le faltara nada. Recuerdo las noches en vela cosiendo disfraces para sus funciones del colegio, los veranos en Benidorm ahorrando céntimo a céntimo…

—Eres mi heroína, mamá —me decía Lucía cuando era pequeña, abrazándome fuerte.

Pero ahora, a sus treinta y dos años, parece que todo aquello se ha desvanecido. Desde que se casó con Álvaro, apenas la veo. Siempre hay una excusa: el trabajo, los amigos, un viaje relámpago a Valencia…

El mes pasado fue mi cumpleaños. Preparé una tarta de manzana —su favorita— y esperé toda la tarde. Me llamó a las ocho:

—Mamá, perdona, se nos ha complicado el día. Te llamo mañana, ¿vale?

No lloré entonces. Guardé la tarta en la nevera y me acosté temprano. Pero esa noche soñé con ella de niña, corriendo por el Retiro con las trenzas al viento.

A veces pienso que fui demasiado protectora. Que le di tanto que ahora no sabe cómo devolverlo. O quizá simplemente ya no me necesita.

Hace dos semanas, decidí ir a su casa sin avisar. Llevaba una bolsa con croquetas caseras y un jersey que le estaba arreglando. Cuando abrió la puerta, vi en sus ojos una mezcla de sorpresa y fastidio.

—Mamá… ¿por qué no has avisado?

—Pensé que te haría ilusión verme —balbuceé.

Álvaro apareció detrás de ella, con cara de pocos amigos.

—Estamos a punto de salir —dijo él, sin mirarme.

Lucía cogió la bolsa y me dio un beso rápido en la mejilla.

—Te llamo luego, ¿vale?

Me fui caminando despacio por las calles de Chamberí, sintiéndome invisible entre la gente. Recordé cuando Lucía era adolescente y discutíamos por todo: la hora de llegada, los estudios, sus primeras fiestas… Siempre pensé que era una etapa pasajera. Pero ahora la distancia es más fría, más definitiva.

Mi hermana Pilar dice que tengo que dejarla vivir su vida.

—Carmen, no puedes pretender que Lucía esté pendiente de ti todo el tiempo. Los hijos crecen y hacen su camino.

Pero ¿acaso es mucho pedir un poco de cariño? ¿Un mensaje? ¿Una visita?

El otro día encontré una caja con cartas y dibujos que Lucía me hacía de pequeña: «Mamá te quiero hasta el cielo», «Eres la mejor»… Las leí una y otra vez hasta que las lágrimas me nublaron la vista.

A veces me pregunto si cometí algún error irreparable. Si debí ser más dura o más distante. Si mi amor se ha convertido en una carga para ella.

Hoy he vuelto a llamarla. Esta vez no ha contestado. He dejado un mensaje:

—Lucía, sólo quería saber cómo estás. Te echo de menos.

Me siento frente al televisor apagado y escucho el tic-tac del reloj. Afuera empieza a llover sobre Madrid y yo me siento más sola que nunca.

¿Es esto lo que nos espera a las madres que lo damos todo? ¿Que nuestros hijos nos olviden cuando ya no nos necesitan?

Quizá algún día Lucía entienda todo lo que hice por ella. O quizá no. Pero sigo esperando su llamada como quien espera un milagro.

¿De verdad el amor puede convertirse en un peso? ¿O somos las madres quienes no sabemos soltar? ¿Qué pensáis vosotros?