Entre la Pared y el Corazón: Cuando Mi Hijo Quiere Casarse con la Vecina

—¡No puedes hacerme esto, Marcos! —grité, con la voz quebrada, mientras él me miraba desde el umbral de la cocina, los ojos llenos de una mezcla de rabia y tristeza—. ¿De verdad crees que esto es lo mejor para ti?

Marcos apretó los puños. Tenía esa expresión que solo mostraba cuando sentía que el mundo entero estaba en su contra. —Mamá, no es cuestión de lo que tú quieras. Es mi vida. Amo a Lucía y quiero casarme con ella.

Sentí cómo se me encogía el pecho. Recordé todos los años de espera, las noches en vela rezando por un milagro, los tratamientos fallidos, las lágrimas escondidas en la almohada para que Juan, mi marido, no me viera rota. Cuando por fin llegó Marcos, pensé que nada podría separarnos. Pero ahora… ahora sentía que lo perdía ante la chica de al lado.

Lucía siempre fue una niña dulce, sí. Pero su familia y la nuestra nunca fueron iguales. Los padres de Lucía, Antonio y Pilar, eran gente sencilla, trabajadores del mercado municipal. Nosotros habíamos luchado mucho para tener una vida algo más cómoda; Juan era profesor en el instituto y yo llevaba años en la administración del ayuntamiento. Siempre quise lo mejor para mi hijo, y aunque nunca lo dije en voz alta, soñaba con que encontrara a alguien que le ayudara a crecer, a volar más alto.

—¿Y qué pasa con tus estudios? —insistí—. ¿Vas a dejarlo todo por una boda precipitada?

Marcos bajó la mirada. —No voy a dejar nada. Lucía me apoya en todo. No entiendo por qué te cuesta tanto aceptarlo.

Me quedé en silencio. No era solo Lucía; era el miedo a perder el control sobre la vida de mi hijo. Era el temor a que todo por lo que luché se desvaneciera si él tomaba decisiones equivocadas.

Esa noche, Juan intentó calmarme. —Carmen, los chicos tienen que equivocarse para aprender. No podemos protegerlo siempre.

—¿Y si se equivoca para siempre? —susurré—. ¿Y si termina como yo, arrepintiéndose de no haber escuchado a su madre?

Juan me abrazó fuerte. —Tú también fuiste joven. Recuerda cómo tus padres te miraban cuando decidiste casarte conmigo.

No pude evitar sonreír entre lágrimas. Mis padres nunca aprobaron mi matrimonio con Juan porque venía de un pueblo pequeño y no tenía «posibilidades». Y sin embargo, fue mi mayor acierto.

Los días siguientes fueron un infierno silencioso en casa. Marcos evitaba mirarme a los ojos y yo me refugiaba en mis rutinas: preparar la comida favorita de todos, regar las plantas del balcón, repasar las cuentas del mes… Todo menos enfrentarme a la realidad.

Una tarde, Pilar vino a verme. Se sentó frente a mí con una taza de café entre las manos.

—Carmen, sé que esto es difícil para ti… pero Lucía está ilusionada. Y Marcos también. ¿No crees que deberíamos apoyarlos?

La miré con recelo. Siempre había sentido cierta distancia con ella, como si nuestras vidas fueran paralelas pero nunca se cruzaran realmente.

—No es tan sencillo —respondí—. Son muy jóvenes. No saben lo que hacen.

Pilar suspiró. —Nadie sabe lo que hace cuando se enamora por primera vez. Pero si les negamos nuestro apoyo, solo conseguiremos alejarlos.

Sus palabras me dolieron más de lo que esperaba. ¿Estaba siendo injusta? ¿O simplemente era una madre preocupada?

Esa noche, escuché a Marcos hablando por teléfono en su habitación.

—…sí, Lucía, lo sé… pero mi madre no lo entiende… dice que no eres suficiente para mí…

Sentí un nudo en el estómago. ¿Eso pensaba él? ¿Que yo creía que Lucía no era suficiente? ¿O era verdad y ni siquiera me atrevía a admitirlo?

Al día siguiente, decidí hablar con Lucía directamente. La encontré en el portal, con su mochila colgada al hombro y una expresión nerviosa.

—Lucía —la llamé—, ¿puedes venir un momento?

Ella asintió y entró conmigo en casa.

—Sé que quieres mucho a Marcos —empecé—. Pero quiero saber si estás preparada para todo lo que implica casarse tan jóvenes.

Lucía me miró fijamente, sin bajar la vista ni un segundo.

—Señora Carmen, sé que usted piensa que no soy suficiente para él… pero le prometo que haré todo lo posible para que sea feliz. Yo también tengo miedo, pero quiero intentarlo con él.

Su sinceridad me desarmó. Vi en sus ojos el mismo brillo que yo tenía cuando conocí a Juan.

Esa noche no dormí apenas. Me debatía entre el deseo de proteger a mi hijo y el miedo a repetir los errores de mis propios padres.

Días después, Marcos vino a buscarme al salón.

—Mamá —dijo con voz temblorosa—, sé que tienes miedo… pero necesito que confíes en mí. No quiero perderte por esto.

Lo abracé fuerte, sintiendo cómo el tiempo se deslizaba entre mis dedos como arena fina.

La boda se celebró en el pequeño jardín entre nuestras casas. No fue una gran fiesta; solo familia y algunos amigos cercanos. Vi a Marcos sonreír como nunca antes y supe que debía dejarlo volar.

Ahora, cada vez que los veo juntos desde mi ventana, me pregunto: ¿Hice bien en ceder? ¿O debería haber luchado más por protegerlo? ¿Hasta dónde llega el amor de una madre antes de convertirse en egoísmo?