«¿Por Qué No Me Escuchas? ¡Ella Está Envenenando Tu Mente Contra Mí!»

Era una noche fría y silenciosa. Las hojas caían lentamente de los árboles, cubriendo el suelo con un manto dorado. En la sala, el reloj marcaba las diez y media, y el único sonido era el suave crujir del fuego en la chimenea. Mi hijo, mi pequeño ángel, dormía plácidamente en su habitación, ajeno al torbellino emocional que me consumía.

Desde que mi esposo se fue, la casa se había convertido en un lugar extraño y vacío. Cada rincón parecía susurrar recuerdos de tiempos más felices, cuando las risas resonaban y el amor parecía eterno. Pero ahora, esos días eran solo un eco lejano.

Todo comenzó con pequeñas señales. Mensajes a deshoras, llamadas que terminaban abruptamente cuando yo entraba en la habitación. Mi intuición me decía que algo no estaba bien, pero él siempre tenía una excusa lista. «Es solo trabajo», decía con una sonrisa que ya no alcanzaba sus ojos.

Finalmente, la verdad salió a la luz. Una tarde, mientras revisaba los papeles del seguro, encontré una carta escondida entre los documentos. Era de ella. La mujer que había robado su corazón y destrozado mi mundo. Sus palabras eran veneno puro, llenas de promesas de un futuro juntos, lejos de mí.

Confrontarlo fue como enfrentar a un extraño. Sus ojos, que alguna vez brillaron con amor y devoción, ahora estaban fríos y distantes. «Lo siento», dijo sin emoción. «He encontrado a mi verdadera alma gemela». Esas palabras me atravesaron como un cuchillo.

Desde entonces, he tratado de mantenerme fuerte por mi hijo. Él es mi razón de ser, mi ancla en este mar de incertidumbre. Pero cada día es una lucha contra la soledad y el dolor.

A veces me pregunto cómo llegamos a este punto. ¿En qué momento dejamos de ser nosotros para convertirnos en extraños? ¿Fue culpa mía por no ver las señales antes? ¿O fue él quien decidió rendirse sin luchar?

Mis amigos me dicen que debo seguir adelante, que el tiempo lo cura todo. Pero cada vez que veo a mi hijo, veo también el reflejo de su padre y el amor que alguna vez compartimos. Es un recordatorio constante de lo que perdí.

Sin embargo, no puedo permitir que esta tristeza me consuma. Debo ser fuerte por él, por nosotros. No dejaré que las mentiras de esa mujer envenenen más nuestras vidas.

Una noche, mientras miraba las estrellas desde la ventana, tomé una decisión. No dejaría que su traición definiera mi futuro. Me levantaría de estas cenizas y construiría una nueva vida para mí y mi hijo.

Con renovada determinación, comencé a hacer planes. Volvería a estudiar, encontraría un trabajo que me apasionara y crearía un hogar lleno de amor y risas para mi pequeño. No sería fácil, pero sabía que tenía la fuerza para lograrlo.

Y así, con cada amanecer, me acercaba más a mi nueva realidad. Una donde el pasado no dictara mi felicidad y donde el amor verdadero floreciera nuevamente en nuestras vidas.