«Prométeme, Hijo: Cuida de tu Hermano»
En una pequeña ciudad de América Latina, donde las montañas se alzan majestuosas y el viento susurra secretos antiguos, vivía una familia unida por lazos inquebrantables. El padre, Don Alejandro, era conocido por su carácter fuerte y su risa contagiosa. Sin embargo, la vida le había jugado una mala pasada. Postrado en su lecho, luchaba contra una enfermedad que lo consumía lentamente.
Ethan, su hijo mayor, se sentaba a su lado, observando con tristeza cómo el hombre que admiraba se desvanecía ante sus ojos. Don Alejandro, con un esfuerzo titánico, tomó la mano de Ethan y le habló con la voz quebrada por el dolor y la emoción.
«Hijo mío, escucha bien lo que te voy a decir. Jake… tu hermano… él es especial. Siempre ha sido diferente a los demás niños. Necesita a alguien que lo guíe y lo proteja. Prométeme que nunca lo dejarás solo.»
Ethan sintió un nudo en la garganta. Recordó los momentos felices de su infancia, cuando su padre los llevaba al río a pescar o les contaba historias bajo el cielo estrellado. Miró a su padre a los ojos y asintió con determinación.
«Te lo prometo, papá. Siempre cuidaré de Jake.»
Con esas palabras, Don Alejandro cerró los ojos, dejando escapar un suspiro final que resonó en el silencio de la habitación. Ethan sintió cómo una parte de él se rompía, pero sabía que debía ser fuerte por Jake.
Jake era un niño especial. Su mundo estaba lleno de colores y sonidos que solo él podía entender. A menudo se perdía en sus pensamientos, creando universos paralelos donde todo era posible. Ethan sabía que su hermano necesitaba amor y comprensión más que nunca.
Los días pasaron y la ausencia de Don Alejandro se hizo sentir en cada rincón del hogar. La madre de los chicos, Doña Isabel, trataba de mantener la familia unida mientras lidiaba con su propio dolor. Ethan asumió el papel de protector y guía para Jake, cumpliendo la promesa hecha a su padre.
Un día, mientras caminaban por el mercado del pueblo, Jake se detuvo frente a un puesto de libros viejos. Sus ojos brillaban con curiosidad mientras hojeaba las páginas amarillentas de un libro de cuentos. Ethan sonrió al ver la felicidad en el rostro de su hermano.
«¿Te gusta ese libro?» preguntó Ethan.
Jake asintió con entusiasmo. «Es como si las historias cobraran vida en mi mente.»
Ethan compró el libro y juntos regresaron a casa. Esa noche, mientras Jake leía en voz alta, Ethan se dio cuenta de que su hermano tenía un don especial para contar historias. Decidió apoyarlo en su pasión por la lectura y la escritura.
Con el tiempo, Jake comenzó a escribir sus propios cuentos, llenos de magia y esperanza. Sus historias llegaron a tocar los corazones de muchos en el pueblo, quienes veían en él un talento único.
Ethan cumplió su promesa. No solo cuidó de Jake, sino que también lo ayudó a encontrar su camino en el mundo. A través del amor y la dedicación, ambos hermanos honraron la memoria de su padre.
En el aniversario de la muerte de Don Alejandro, Ethan y Jake se reunieron junto a su madre para recordar al hombre que les enseñó el verdadero significado del amor y la familia. Bajo el cielo estrellado, Ethan miró a Jake y supo que había cumplido con su promesa.