Café Amargo en la Calle Alcalá
—¿Por qué me llamas ahora, Carmen? —pregunté, con la voz temblorosa, mientras miraba la pantalla del móvil. El nombre de mi exsuegra brillaba como una herida abierta. Hacía meses que no hablábamos, desde aquel día en que Luis y yo firmamos los papeles del divorcio en el juzgado de la Plaza Castilla.
—Lucía, hija, ven a casa. Solo quiero tomar un café contigo. Te echo de menos —su voz sonaba sincera, pero también rota, como si arrastrara siglos de silencios y reproches.
No supe qué responder. Madrid estaba gris esa tarde, y el viento arrastraba hojas secas por la calle Alcalá. Caminé hasta su portal con el corazón encogido, recordando los domingos de cocido y risas que ahora parecían pertenecer a otra vida.
Al abrirme la puerta, Carmen me abrazó con fuerza. Olía a colonia Nenuco y a nostalgia. En la mesa del salón, dos tazas humeaban junto a una bandeja de magdalenas. Me senté frente a ella, evitando su mirada.
—¿Sabes? —empezó, removiendo el café—. Desde que te fuiste, esta casa está más fría. Luis no viene tanto… Y yo… yo me siento sola.
Sentí un nudo en la garganta. Recordé cómo Carmen me defendía ante los comentarios de su hermana Pilar: “Lucía es buena chica, aunque no sepa hacer tortilla de patatas como Dios manda”. Pero también recordé sus silencios cuando Luis llegaba tarde o cuando discutíamos por dinero.
—Carmen, no entiendo por qué me llamas ahora. Después de todo lo que pasó…
Ella bajó la mirada. —Quizá porque me equivoqué. Porque pensé que todo se arreglaría solo. Porque creí que el amor era suficiente para tapar las grietas…
Me quedé callada. El reloj del pasillo marcaba las seis y media. Afuera, los coches pitaban y la ciudad seguía su curso indiferente a nuestro pequeño drama familiar.
—Luis está con otra —dijo de repente—. Una chica joven, de esas que salen en Instagram todo el día. No sé si es feliz, pero yo… yo echo de menos lo que teníamos.
Sentí una punzada de celos y rabia. No por Luis, sino por todo lo que había perdido: una familia, una rutina, un lugar en el mundo.
—¿Y tú? —preguntó Carmen—. ¿Has rehecho tu vida?
Negué con la cabeza. —No es tan fácil. Aquí en Madrid todos van a su aire. Mis padres están en Albacete y apenas tengo amigos aquí…
Carmen suspiró. —A veces pienso que la familia es una cárcel, pero cuando se rompe… solo queda el vacío.
Nos quedamos en silencio largo rato. El café se enfrió y las magdalenas quedaron intactas.
—¿Recuerdas cuando fuimos juntas al Rastro? —dijo ella, sonriendo con tristeza—. Compramos aquel jarrón horrible que luego rompió Luis jugando al fútbol en el pasillo.
Sonreí por primera vez en meses. —Sí… Y tú le gritaste como si hubiera matado a alguien.
Ambas reímos, pero enseguida la risa se transformó en lágrimas contenidas.
—Lucía, perdóname si alguna vez te hice sentir menos —dijo Carmen, apretando mi mano—. Yo solo quería lo mejor para mi hijo… pero nunca pensé en lo que tú necesitabas.
Me temblaron los labios. —Yo tampoco supe pedir ayuda. Aguanté demasiado por miedo al qué dirán…
La conversación se volvió más íntima, más real. Hablamos de las expectativas imposibles: tener hijos pronto, comprar piso en Chamberí aunque no llegáramos a fin de mes, aparentar felicidad en las cenas de Nochebuena mientras por dentro nos desmoronábamos.
—¿Sabes lo peor? —confesé—. Que después del divorcio sentí alivio… pero también una culpa enorme. Como si hubiera traicionado a todos.
Carmen asintió. —En esta familia siempre hemos barrido los problemas bajo la alfombra. Pero ya no puedo más.
El reloj marcó las ocho cuando me levanté para irme. Carmen me abrazó otra vez, más fuerte aún.
—Ven cuando quieras, Lucía. Esta sigue siendo tu casa si lo necesitas.
Salí al portal con el corazón revuelto. Madrid seguía rugiendo afuera, pero algo dentro de mí había cambiado.
Mientras caminaba hacia el metro, pensé en todo lo que habíamos callado durante años: los miedos, las frustraciones, el amor mal entendido.
¿De verdad es posible empezar de nuevo cuando las heridas siguen abiertas? ¿O solo aprendemos a vivir con ellas?
¿Vosotros qué pensáis? ¿Se puede perdonar y reconstruir algo roto o es mejor dejarlo atrás para siempre?