El precio de la lealtad: una noche en la cantina
—¡Órale, compadres! —grité, levantando mi vaso de tequila mientras el sudor me corría por la frente—. ¡Hoy sí que nos rayamos!
La cantina “El Rincón del Norte” estaba llena de humo y risas. Mis dos mejores amigos, Julián y Ernesto, chocaron sus vasos con el mío. Acabábamos de recibir la tan esperada prima en la fábrica de autopartes donde trabajábamos desde hacía años. No era mucho, pero para nosotros, tres obreros de Monterrey, era suficiente para sentirnos ricos por una noche.
—¿Y tú qué vas a hacer con tu lana, Toño? —me preguntó Julián, con esa sonrisa pícara que siempre tenía cuando tramaba algo.
—Nada especial, hermano —respondí encogiéndome de hombros—. Ya sabes que yo no tengo a nadie que me ande contando los billetes. Si hay dinero, bien; si no, pues a esperar la quincena. Ustedes sí que tienen broncas con sus esposas, ¿eh?
Ernesto soltó una carcajada amarga.
—No te burles, cabrón. A mí Lucía ya me tiene bien checado. Apenas llego y ya me está preguntando en qué gasté cada peso. Y ni hablar de los niños…
Julián asintió, bajando la mirada.
—A veces siento que trabajo solo para ellos. Ni un gusto puedo darme sin que me lo echen en cara.
Me reí, pero por dentro sentí un vacío extraño. Siempre había pensado que mi libertad era una bendición. Sin esposa ni hijos, podía hacer lo que quisiera con mi dinero y mi tiempo. Pero esa noche, mientras veía a mis amigos desahogarse, algo en mí empezó a cambiar.
La música norteña retumbaba en las paredes mientras seguíamos bebiendo. De repente, Julián se acercó más y bajó la voz.
—Oigan… ¿se acuerdan del rumor ese de que van a recortar personal en la fábrica?
Ernesto y yo nos miramos preocupados.
—¿Otra vez con eso? —dije, tratando de sonar despreocupado—. Siempre dicen lo mismo y nunca pasa nada.
Pero Julián insistió:
—No, ahora sí va en serio. Mi primo trabaja en recursos humanos y dice que ya tienen una lista…
El ambiente se volvió tenso de golpe. El dinero de la prima ya no parecía tan importante. Pensé en mi madre enferma, a quien ayudaba con medicinas cada mes. Pensé en mi hermana menor, Mariana, que soñaba con ir a la universidad pero dependía de mi apoyo.
—¿Y qué vamos a hacer si nos corren? —preguntó Ernesto, con la voz temblorosa.
Nadie respondió. Nos quedamos callados, cada uno perdido en sus propios miedos.
De pronto, sentí una mano en mi hombro. Era Don Chuy, el dueño de la cantina y viejo amigo de mi familia.
—Toño, ¿puedo hablar contigo un momento?
Me levanté y lo seguí hasta la barra.
—Mira, hijo —me dijo en voz baja—. Sé que las cosas están difíciles allá en la fábrica. Si necesitas chambear aquí unas horas en las noches, ya sabes que eres bienvenido.
Le agradecí con un nudo en la garganta. Nunca pensé que llegaría el día en que tendría que buscar otro trabajo para sobrevivir.
Regresé a la mesa y traté de animar a mis amigos.
—Miren, pase lo que pase, aquí estamos juntos. Si nos corren, pues buscamos otra cosa. No es el fin del mundo.
Pero mis palabras sonaban vacías incluso para mí.
Esa noche llegué a casa tarde y borracho. Mi madre estaba despierta esperándome.
—¿Otra vez tomando, Toño? —me reprochó con tristeza—. ¿No ves cómo están las cosas?
Me senté junto a ella y le conté lo del posible despido. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No te preocupes, mamá —le dije abrazándola—. Yo voy a sacar esto adelante, te lo prometo.
Los días siguientes fueron una pesadilla. En la fábrica todos murmuraban sobre la lista negra. Cada vez que el jefe pasaba cerca sentía un escalofrío. Una tarde nos llamaron a una junta urgente.
El ingeniero Ramírez habló sin rodeos:
—Lamentablemente, por la situación económica vamos a tener que prescindir de algunos compañeros…
Mi corazón latía tan fuerte que apenas podía escuchar los nombres. Cuando terminó la lista y no escuché el mío, sentí alivio… pero también culpa. Julián sí estaba en la lista.
Esa noche fui a buscarlo a su casa. Su esposa me abrió la puerta con los ojos hinchados de llorar.
—No está —me dijo secamente—. Salió desde temprano y no ha regresado.
Lo encontré horas después sentado en el parque, solo y derrotado.
—¿Por qué yo, Toño? —me preguntó entre sollozos—. ¿Qué voy a decirle a mis hijos?
No supe qué responderle. Me senté a su lado y compartimos el silencio más largo de mi vida.
Pasaron las semanas y todo empeoró. Ernesto empezó a faltar al trabajo; decían que andaba metido en problemas de apuestas para conseguir dinero rápido. Mi madre enfermó más gravemente y Mariana tuvo que dejar la escuela para ayudar en casa.
Una tarde recibí una llamada inesperada de Don Chuy.
—Toño, necesito hablar contigo urgente.
Fui corriendo a la cantina y lo encontré pálido y nervioso.
—Me están extorsionando unos tipos del barrio —me confesó—. Si no les pago esta semana van a quemar el local…
Sentí rabia e impotencia. Don Chuy siempre había ayudado a todos; ahora le tocaba sufrir las injusticias del barrio como tantos otros comerciantes humildes.
Esa noche no pude dormir pensando en todo lo que estaba pasando: el desempleo, la enfermedad de mi madre, los problemas de mis amigos… Sentí que el mundo se me venía encima.
Al día siguiente tomé una decisión desesperada: fui al banco y saqué todo el dinero de mi prima y mis ahorros para ayudar a Don Chuy y a mi familia. Sabía que era arriesgado quedarme sin nada, pero no podía quedarme de brazos cruzados viendo cómo todo se derrumbaba a mi alrededor.
Cuando le entregué el dinero a Don Chuy, él lloró como un niño y me abrazó fuerte.
—Gracias, hijo… No sé cómo pagarte esto…
Pero yo solo sentía miedo por el futuro. ¿Y si mañana era yo quien necesitaba ayuda? ¿Quién estaría ahí para mí?
Esa noche volví a casa sin un peso en los bolsillos pero con el corazón lleno de dudas y preguntas sin respuesta.
Ahora escribo estas líneas sentado en la misma cantina donde empezó todo. Julián sigue sin trabajo; Ernesto desapareció del barrio; mi madre lucha cada día por su vida; Mariana trabaja limpiando casas para ayudarme…
A veces me pregunto si hice lo correcto al sacrificarlo todo por los demás. ¿Vale la pena ser leal cuando el mundo parece recompensar solo a los egoístas? ¿Ustedes qué harían si estuvieran en mi lugar?