Entre el amor y el resentimiento: la carta de una madre rota
—¿Por qué no puedes entenderlo, mamá? —me gritó Luis aquella tarde de noviembre, con los ojos enrojecidos y la voz quebrada—. ¡No todo es culpa mía!
Me quedé helada en el pasillo, con la bandeja del café temblando entre mis manos. Marta acababa de marcharse, llevándose a mi nieta Lucía de seis años. El portazo aún resonaba en la casa, como un eco que no quería apagarse. Yo había intentado mediar, como tantas veces, pero esta vez sentí que algo se había roto para siempre.
Desde entonces, las paredes de mi piso en Vallecas parecen más frías, más estrechas. Me paso las noches repasando cada palabra, cada gesto. ¿En qué momento mi familia se desmoronó? ¿Fue culpa mía por no haber visto las señales? ¿O fue simplemente la vida, con sus giros crueles?
Luis era mi único hijo. Siempre fue un chico sensible, aunque algo reservado. Cuando conoció a Marta en la universidad, pensé que por fin había encontrado a alguien que lo completaba. Ella era alegre, espontánea, con esa risa contagiosa que llenaba la casa de luz. Al principio todo era armonía: cenas familiares los domingos, paseos por el Retiro con Lucía en el carrito, vacaciones en la playa de Cádiz.
Pero poco a poco empezaron las discusiones. Al principio eran cosas pequeñas: quién recogía a Lucía del colegio, quién hacía la compra, quién tenía razón sobre cualquier tontería. Yo intentaba no meterme, pero a veces Marta venía a desahogarse conmigo mientras Luis se encerraba en su despacho. «No sé qué le pasa a tu hijo, Carmen», me decía con lágrimas en los ojos. «Ya no me mira igual».
Yo la abrazaba y le decía que todo pasaría, que el matrimonio era así. Pero por dentro sentía una punzada de miedo. ¿Y si no pasaba? ¿Y si esto era solo el principio del fin?
La ruptura llegó como una tormenta de verano: rápida y devastadora. Una noche recibí una llamada de Marta. «Carmen, lo siento mucho, pero no puedo más. Me llevo a Lucía a casa de mis padres». No supe qué decirle. Cuando colgué, me derrumbé en el sofá y lloré como no lloraba desde que murió mi madre.
Luis se quedó en casa unos días, mudo y ausente. Apenas comía, apenas dormía. Yo intentaba animarlo, pero él solo repetía: «No entiendes nada, mamá». Un día hizo las maletas y se fue a un piso compartido en Lavapiés. Desde entonces apenas nos vemos.
Lo peor es que me siento dividida. Por un lado, quiero apoyar a mi hijo, consolarlo y decirle que todo irá bien. Pero por otro lado, echo de menos a Marta y a Lucía con una fuerza que me desgarra por dentro. Marta era como una hija para mí; compartíamos recetas, confidencias, tardes de café viendo series españolas en la tele. Y Lucía… ay, Lucía es la luz de mis días.
A veces Marta me llama para contarme cómo está la niña. Me invita a verlas los sábados en el parque del barrio. Yo voy con ilusión, pero también con miedo: ¿estoy traicionando a mi hijo al mantener el contacto con su exmujer? ¿Estoy siendo injusta con él?
El otro día Luis me llamó furioso:
—¿Por qué sigues viéndote con Marta? ¡Es como si eligieras su bando!
—No es eso, hijo —le respondí entre sollozos—. Solo quiero estar cerca de Lucía…
—Pues yo no quiero saber nada —me colgó sin dejarme terminar.
Desde entonces no me habla. Me siento sola y culpable. Mis amigas del centro de mayores me dicen que tengo derecho a ver a mi nieta, que no debo dejarme manipular por los chantajes emocionales de nadie. Pero yo no puedo evitar sentirme mala madre.
A veces pienso en llamar a Marta y decirle que no puedo seguir viéndola ni viendo a Lucía hasta que Luis lo acepte. Pero luego recuerdo la carita de mi nieta cuando me abraza y me dice «abuela, ¿me cuentas un cuento?» y se me parte el alma.
El domingo pasado fui a misa y recé por mi familia rota. Le pedí a la Virgen que me diera fuerzas para soportar este dolor y sabiduría para tomar la decisión correcta. Pero sigo sin respuestas.
Hoy escribo esta carta porque necesito desahogarme y pedir consejo. ¿Qué haríais vosotras en mi lugar? ¿Es posible querer a todos sin traicionar a nadie? ¿Cómo se sobrevive cuando el amor te arranca por dentro?
A veces me pregunto: ¿es justo tener que elegir entre un hijo y una nieta? ¿No hay manera de reconstruir los pedazos rotos del corazón?