La llamada que destrozó mi mundo: Mi lucha por la verdad tras el accidente de mi marido
—¿Marina? Soy Lucía, la enfermera del Hospital General. Tienes que venir ahora mismo. Es Antonio… ha tenido un accidente grave.
El cuchillo se me cayó de las manos y el sonido metálico rebotó en las baldosas de la cocina. Sentí que el aire se volvía denso, irrespirable. Mi hija pequeña, Paula, me miró con los ojos abiertos como platos. No podía dejar que viera el pánico en mi rostro, así que le susurré que todo iba a ir bien, aunque ni yo misma lo creía.
El trayecto al hospital fue un infierno. Llovía a cántaros y los faros de los coches parecían fantasmas en la noche madrileña. Cada minuto era una tortura. Recordaba la última vez que vi a Antonio esa mañana: un beso rápido, una sonrisa distraída y la promesa de cenar juntos. ¿Por qué no le dije que le quería?
Al llegar al hospital, vi a mi cuñada, Carmen, hablando con un policía. Me acerqué corriendo.
—¿Qué ha pasado? —pregunté, con la voz temblorosa.
Carmen me abrazó fuerte, pero sentí su cuerpo rígido, como si ocultara algo.
—Dicen que ha sido un accidente de tráfico… pero hay cosas que no cuadran, Marina. La policía quiere hablar contigo.
Me llevaron a una sala fría y blanca. Un agente, el inspector Gutiérrez, me miró con seriedad.
—Señora García, ¿su marido tenía enemigos? ¿Ha notado algo extraño últimamente?
Negué con la cabeza, pero en mi interior una sombra empezó a crecer. Antonio era abogado y últimamente estaba más distante, más nervioso. Había recibido llamadas a deshoras y salía de casa sin dar explicaciones. Siempre pensé que era el estrés del trabajo…
Esa noche no pude dormir. Me senté junto a la cama de Antonio, que yacía inconsciente, cubierto de tubos y vendas. Le cogí la mano y susurré:
—¿Qué has hecho, Antonio? ¿Por qué no me lo contaste?
Al día siguiente, revisando su móvil —que la policía me devolvió tras comprobarlo— descubrí mensajes de una tal «Sonia». Eran mensajes cariñosos, íntimos. Sentí una punzada en el pecho. ¿Me estaba engañando? ¿Quién era esa mujer?
No podía quedarme de brazos cruzados. Fui a casa de su socio, Enrique, buscando respuestas.
—Enrique, dime la verdad. ¿Antonio tenía problemas? ¿Quién es Sonia?
Enrique bajó la mirada.
—No sé si debería decirte esto… pero Antonio estaba metido en un caso muy delicado. Recibió amenazas hace unas semanas. Y Sonia… es una periodista que le ayudaba a investigar.
La confusión me invadió. ¿Por qué no me lo contó? ¿Por qué arriesgarse así?
Los días siguientes fueron un torbellino de visitas al hospital y llamadas misteriosas. Una noche recibí un mensaje anónimo: “Deja de buscar o acabarás como él”. El miedo me paralizó, pero también me llenó de rabia. No podía permitir que nadie me intimidara.
Decidí buscar a Sonia. La encontré en una cafetería del centro de Madrid. Era una mujer joven, con mirada decidida.
—¿Por qué ayudabas a mi marido? —le pregunté sin rodeos.
Sonia suspiró.
—Antonio descubrió una trama de corrupción en el ayuntamiento. Iba a sacar todo a la luz… pero alguien quiso callarle.
Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Todo encajaba: las llamadas, el miedo de Antonio, el accidente sospechoso.
Volví al hospital y me senté junto a él.
—Te prometo que no voy a parar hasta saber toda la verdad —le susurré.
Pero la familia empezó a romperse por dentro. Carmen me acusaba de meterme donde no debía; mi suegra lloraba y decía que sólo traía desgracias; Paula tenía pesadillas cada noche y preguntaba cuándo volvería papá a casa.
Una tarde, mientras recogía ropa para llevar al hospital, encontré una carta escondida en el cajón de Antonio:
“Si estás leyendo esto es porque algo me ha pasado. No confíes en nadie del despacho. Habla con Sonia. Perdóname por todo lo que te oculté.”
Las lágrimas me nublaron la vista. Sentí rabia, dolor y un amor desesperado por ese hombre al que creía conocer y que ahora era un extraño lleno de secretos.
La policía cerró el caso como accidente, pero yo no podía aceptar esa versión. Seguí investigando junto a Sonia y Enrique, enfrentándome a amenazas y al rechazo de mi propia familia.
Un día recibí una llamada del hospital: Antonio había despertado.
Corrí hasta su habitación. Me miró con ojos cansados y llenos de miedo.
—Lo intentaron… Marina… tienes que protegerte —susurró antes de quedarse dormido otra vez.
Ahora sé que nunca volveré a ser la misma. La confianza se ha roto para siempre en nuestra familia. Pero también he descubierto una fuerza en mí que desconocía.
A veces me pregunto: ¿cuántas mentiras puede soportar un matrimonio antes de romperse? ¿Merece la pena luchar por la verdad aunque duela? ¿Vosotros qué haríais en mi lugar?