Mi suegra quiere empezar de nuevo, pero yo no la dejo: Confesión de un yerno madrileño
—¿Y si me voy a vivir a Valencia? —La voz de Carmen, mi suegra, retumbó en el altavoz del móvil como un trueno inesperado en pleno agosto madrileño. Me quedé helado, con la taza de café temblando en mi mano. Mi mujer, Lucía, me miró desde la cocina, esperando mi reacción.
No era una pregunta inocente. Carmen llevaba años viviendo con nosotros desde que falleció mi suegro. Había sido el pilar de nuestra casa, ayudando con los niños, cocinando esos guisos que solo ella sabía hacer, llenando el piso de Lavapiés con su risa y sus historias de juventud en Chamberí. Pero últimamente la notaba distinta: más callada, mirando por la ventana como si buscara algo que se le escapaba.
—¿A Valencia? —repetí, intentando que no se notara el temblor en mi voz—. ¿Y qué harías allí sola?
Ella suspiró al otro lado del teléfono. —No estaría sola. Mi prima Pilar vive allí. Y necesito… necesito cambiar de aires, Diego. Aquí siento que ya no pinto nada.
Lucía se acercó y me quitó el móvil de la mano.
—Mamá, ¿te pasa algo? ¿Te hemos hecho sentir mal?
Carmen negó con la voz quebrada. —No es eso, hija. Solo que… llevo toda la vida cuidando de los demás. Quiero saber cómo es cuidar de mí misma por una vez.
Colgamos y el silencio se instaló entre Lucía y yo como un invitado incómodo. Yo no podía dejar de pensar en todo lo que perderíamos si Carmen se iba: su ayuda con los niños, su compañía para Lucía, incluso para mí. Pero sobre todo, sentí un miedo irracional a perder el control sobre nuestra rutina.
Esa noche, mientras los niños dormían y Lucía lloraba en silencio en la cama, me atreví a decir lo que pensaba:
—No podemos dejar que se vaya. ¿Y si le pasa algo? ¿Y si se siente sola? Aquí está mejor.
Lucía me miró con los ojos rojos. —¿Y si somos nosotros los que la estamos reteniendo? ¿No tiene derecho a ser feliz?
Me dolió escuchar eso. Siempre había pensado que tener a Carmen en casa era lo mejor para todos. Pero ¿y si solo era lo mejor para mí?
Los días siguientes fueron un torbellino de emociones. Carmen empezó a hacer las maletas poco a poco, guardando sus cosas con una mezcla de ilusión y tristeza. Los niños no entendían nada; preguntaban por qué la abuela se iba y si era culpa suya.
Una tarde, mientras Carmen doblaba ropa en su habitación, entré sin llamar.
—Carmen… —empecé, pero no sabía cómo seguir.
Ella me miró con ternura. —Diego, sé que te cuesta entenderlo. Pero necesito esto. No quiero ser una carga para vosotros.
—No eres una carga —protesté—. Eres parte de esta familia.
Sonrió con esa paciencia infinita que solo tienen las madres. —Precisamente por eso quiero irme ahora que aún puedo elegirlo yo.
Me senté a su lado, derrotado.
—¿Y si te pasa algo? ¿Y si te arrepientes?
—Entonces volveré —dijo simplemente—. Pero necesito intentarlo.
La noche antes de su partida hubo una cena tensa. Nadie hablaba mucho; los niños miraban sus platos y Lucía apenas probó bocado. Yo sentía un nudo en el estómago.
Al día siguiente la acompañamos a Atocha. Cuando el tren arrancó y vi cómo Carmen nos saludaba desde la ventanilla, sentí que algo se rompía dentro de mí.
Las semanas siguientes fueron extrañas. La casa estaba más silenciosa; los niños preguntaban menos por la abuela y Lucía parecía más triste. Yo intentaba llenar el hueco cocinando (mal), ayudando más en casa, pero nada era igual.
Un domingo por la tarde recibimos una videollamada de Carmen. Se la veía feliz, bronceada por el sol valenciano, rodeada de plantas en un pequeño balcón.
—Estoy bien —nos dijo—. Os echo de menos, pero necesitaba esto.
Colgamos y Lucía me abrazó fuerte.
—Gracias por dejarla ir —susurró.
Yo no respondí. Porque en realidad no la había dejado ir: ella se había ido porque era lo correcto para ella, aunque yo no quisiera aceptarlo.
Ahora, meses después, sigo preguntándome: ¿Fui egoísta al querer retenerla? ¿O simplemente tenía miedo de enfrentarme a mis propias inseguridades? ¿Cuántas veces frenamos los sueños de quienes amamos por miedo a quedarnos solos?
¿Vosotros qué habríais hecho en mi lugar?