¿Se puede elegir entre una familia y otra?
—No puedo hacerlo, Lucía. No puedo aceptar el dinero de tu madre para el piso mientras mi padre está en el hospital sin saber si podrá pagar el tratamiento. —La voz de Álvaro retumbó en la cocina, mientras yo apretaba la taza de café con tanta fuerza que temí romperla.
—¿Y qué quieres que hagamos? ¿Seguir toda la vida en este piso de alquiler, pagando cada mes a un casero que ni siquiera conocemos? —le respondí, sintiendo cómo la rabia y la impotencia me subían por la garganta.
Nuestro hijo, Mateo, jugaba en el salón ajeno a la tormenta que se desataba entre sus padres. Llevábamos años soñando con un hogar propio. Cada vez que pasaba por delante de ese bloque nuevo en el barrio de Chamberí, imaginaba cómo sería ver a Mateo crecer allí, tener su propio cuarto, decorar las paredes con sus dibujos. Mi madre, Carmen, lo sabía. Por eso, cuando me llamó una tarde y me dijo: “Lucía, quiero ayudaros con el dinero para la entrada”, sentí que por fin la suerte nos sonreía.
Pero la vida nunca es tan sencilla. Apenas una semana después, el padre de Álvaro, don Francisco, sufrió un infarto. Los médicos dijeron que necesitaba una operación urgente y costosa. La Seguridad Social cubría lo básico, pero había tratamientos y rehabilitación que no entraban. Álvaro se vino abajo. Yo lo entendí, claro que sí. Pero… ¿y nosotros? ¿Y nuestro futuro?
—No es solo tu padre, Álvaro. También está Mateo. También estamos nosotros —intenté razonar una noche, cuando ya no podíamos dormir.
Él se pasó la mano por el pelo, desesperado.
—¿Cómo voy a mirar a mi madre a los ojos si no hago todo lo posible por ayudarles? Mi padre siempre ha estado ahí para mí…
—¿Y mi madre? ¿No cuenta? Ella quiere que su nieto tenga un hogar digno. ¿Por qué tiene que pagar siempre mi familia?
La tensión crecía cada día. Mi madre me llamaba para preguntarme si ya habíamos visto algún piso. Yo le mentía: “Estamos mirando, mamá”. No podía decirle que Álvaro quería usar ese dinero para otra cosa. Me sentía traidora.
Una tarde, después de recoger a Mateo del colegio, fui a ver a mi madre. Me recibió con su sonrisa cálida y una tortilla recién hecha.
—¿Qué te pasa, hija? Tienes mala cara —me dijo mientras ponía la mesa.
No pude más y rompí a llorar.
—Mamá… Álvaro quiere darle el dinero a su padre para la operación. Dice que no podemos pensar en comprar piso ahora…
Mi madre se quedó callada unos segundos. Luego suspiró.
—Entiendo a Álvaro. Pero también entiendo tu dolor. No es justo que siempre tengáis que elegir entre uno y otro. Yo solo quiero ayudaros…
Me abrazó fuerte y sentí que volvía a ser una niña pequeña buscando refugio en los brazos de mi madre.
Esa noche discutimos otra vez en casa. Mateo se tapó los oídos y se encerró en su cuarto. Me sentí la peor madre del mundo.
—No podemos seguir así —le dije a Álvaro—. Nos estamos haciendo daño todos.
Él asintió, derrotado.
—¿Y qué propones?
—¿Y si hablamos con tu madre? Quizá entre todos podamos encontrar otra solución…
Al día siguiente fuimos al hospital. La madre de Álvaro nos recibió con los ojos hinchados de tanto llorar.
—No quiero ser una carga para vosotros —nos dijo—. Francisco tampoco lo querría…
Álvaro se quebró al oírla.
—Mamá, no puedo dejaros solos en esto…
Yo intervine:
—Carmen nos ha ofrecido ayudarnos con un dinero para comprar un piso… pero ahora todo está en el aire.
La suegra me miró con ternura.
—Lucía, hija, tú también tienes derecho a soñar con un hogar propio. No os sintáis culpables por querer vivir mejor…
Salimos del hospital más confundidos que nunca. Esa noche apenas dormimos. Álvaro se levantó temprano y salió sin decir nada. Volvió al mediodía con los ojos rojos.
—He hablado con mi padre —me dijo—. Le he contado todo. ¿Sabes lo que me ha dicho?
Negué con la cabeza.
—Que no quiere ser el motivo por el que su nieto no tenga un hogar propio. Que aceptemos la ayuda de tu madre y busquemos piso. Que él ya ha vivido su vida…
Me eché a llorar otra vez, pero esta vez de alivio y tristeza al mismo tiempo.
Compramos el piso unas semanas después. Don Francisco salió adelante tras la operación y poco a poco fue recuperándose. Pero algo cambió en nuestra familia: aprendimos que no siempre hay una respuesta correcta cuando se trata de elegir entre dos amores tan grandes como una madre y un padre.
A veces me pregunto: ¿cuántas familias en España viven atrapadas entre dos lealtades imposibles? ¿Es justo tener que elegir entre el futuro de tu hijo y el bienestar de tus padres? ¿Qué habríais hecho vosotros?