“Vete a Casa como un Perro”: Bajo la Lluvia y la Traición Familiar en Madrid

—¿Javier? Tienes que venir ahora mismo, es urgente —la voz de doña Carmen, la vecina del tercero, sonaba entrecortada, casi ahogada por el ruido de la tormenta que azotaba Madrid esa tarde de noviembre.

Miré el reloj: las 16:02. El cielo estaba tan negro que parecía de noche. Había dejado a mi hija Lucía en casa de mi hermana Ana para poder asistir a una reunión crucial en la oficina. El móvil vibraba sin parar, y cada vez que veía el nombre de Carmen, el corazón me latía más fuerte. Algo iba mal, lo sentía en los huesos.

—¿Qué pasa, Carmen? —pregunté, saliendo apresurado del portal mientras la lluvia me calaba hasta los huesos.

—Ven ya, Javier. Es tu familia… —y colgó.

Corrí por las calles empapadas, esquivando paraguas y charcos. El tráfico era un caos y los coches salpicaban agua sucia a cada paso. Llegué al portal jadeando, con el corazón en la boca. Subí las escaleras de dos en dos hasta el tercero.

La puerta estaba abierta. Dentro, voces alteradas y gritos. Entré y vi a mi madre llorando en el sofá, a Ana de pie con los brazos cruzados y a mi cuñado Sergio mirando al suelo. El ambiente olía a café frío y tensión.

—¿Qué ha pasado? —pregunté, empapado y temblando.

Ana me miró con rabia contenida.—¿De verdad no lo sabes? ¿No te enteras de nada, Javier? ¡Siempre igual!

—¡Basta ya! —intervino mi madre entre sollozos—. No quiero más peleas…

Sergio se acercó y me tendió un sobre.—Esto es para ti. Léelo.

Dentro había una carta del notario: la herencia de mi padre, casi 350.000 euros y el piso familiar, se repartiría entre nosotros… pero Ana y Sergio habían convencido a mamá para firmar un poder notarial que les daba control total sobre todo. Yo quedaba fuera.

Sentí un nudo en el estómago. —¿Pero esto qué es? ¿Me estáis echando de mi propia casa?

Ana me miró con frialdad.—Tú nunca has estado aquí cuando hacía falta. Ahora no vengas a llorar como un perro callejero.

Las palabras me golpearon como una bofetada. Miré a mi madre buscando apoyo, pero ella solo bajó la cabeza.

—¿De verdad vais a hacerme esto? ¿Después de todo lo que he hecho por vosotros?

Sergio se encogió de hombros.—Así es la vida, Javier. Aquí cada uno mira por lo suyo.

No podía creerlo. Recordé las noches cuidando de mamá cuando estuvo enferma, los fines de semana arreglando el piso, los préstamos que pagué para ayudarles… Todo eso no valía nada ahora.

Salí corriendo del piso, sin paraguas ni abrigo. La lluvia caía con fuerza, empapándome aún más. Caminé sin rumbo por las calles del barrio, sintiendo el agua fría mezclarse con las lágrimas calientes en mis mejillas.

Pasé por delante del bar de Paco, donde tantas veces habíamos celebrado cumpleaños y partidos del Madrid. Ahora todo me parecía lejano, ajeno. ¿Cómo podía mi propia sangre traicionarme así?

Me senté en un banco bajo la marquesina del autobús, temblando de frío y rabia. Miré el sobre arrugado en mis manos y pensé en Lucía, en cómo le explicaría que su familia ya no era lo que ella creía.

La lluvia seguía cayendo sin piedad sobre Madrid, lavando las calles pero no mi dolor. Cerré los ojos y respiré hondo. ¿Merece la pena luchar por una familia que te da la espalda cuando más lo necesitas? ¿O es mejor empezar de cero, aunque duela?

A veces me pregunto: ¿cuánto vale realmente la lealtad? ¿Y tú, qué harías si tu propia familia te echara bajo la lluvia?