«No Hay Necesidad de Exagerar: Un Jardín de Simplicidad»

Marcos siempre había sido un hombre de la tierra. Sus manos, ásperas y callosas, contaban historias de años dedicados a cuidar huertos y parterres en el amplio jardín trasero de la casa que compartía con su esposa, Lucía. Lucía, por otro lado, apreciaba la simplicidad y a menudo soñaba con un jardín donde la relajación fuera la principal cosecha.

Una soleada mañana de primavera, mientras la pareja tomaba café en el porche, Lucía observaba a Marcos mientras él inspeccionaba su terreno, con un brillo en los ojos que ella conocía muy bien. «¿En qué piensas?» preguntó, aunque casi estaba segura de conocer la respuesta.

«Estaba pensando en ampliar el huerto,» respondió Marcos, con emoción en su voz. «Imagina cuánto más podríamos cultivar. Quizás añadir algunas filas de zanahorias, judías e incluso unos manzanos en ese lado.»

Lucía sonrió suavemente, entendiendo su pasión pero también sintiendo el peso del trabajo que esa declaración implicaba. «Eso suena maravilloso, Marcos, pero ¿no crees que ya es bastante lo que tenemos que manejar? ¿Qué tal si plantamos algo que no requiera tanta atención? Podríamos simplemente sembrar césped y disfrutar de un bonito y verde jardín por un cambio. Podríamos hacer picnics, tumbarnos bajo las estrellas y simplemente relajarnos.»

Marcos se quedó pensativo, la idea del ocio en su propio jardín le resultaba atractiva pero extraña. «Pero siempre he imaginado tener un gran y bullicioso jardín,» admitió.

Lucía tomó su mano, dándole un apretón tranquilizador. «Lo sé, y es hermoso lo que has hecho con el jardín. Pero quizás es hora de que también creemos un espacio que nos dé la oportunidad de simplemente estar, sin tener siempre que mantener o cosechar. Un pequeño rincón de tranquilidad.»

La idea se asentó entre ellos como una semilla, y en las semanas siguientes comenzó a germinar. Marcos empezó a ver la sabiduría en las palabras de Lucía. El constante agacharse, plantar y desherbar le estaba pasando factura, y la perspectiva de un espacio para relajarse se volvió más atractiva.

Juntos decidieron comprometerse. Separaron una parte del jardín para los vegetales de Marcos y dedicaron el resto a un nuevo césped. Nacho, su vecino y diseñador de paisajes, les ayudó a elegir el tipo perfecto de césped que fuera exuberante y de bajo mantenimiento.

Con la llegada del verano, también llegó el nuevo césped. Flourished bajo el ojo atento de Marcos, un tipo diferente de orgullo creció en él al contemplar la extensión verde. Lucía añadió una hamaca entre dos árboles y una pequeña hoguera para las noches frescas.

Una noche, mientras descansaban en su nuevo jardín trasero, Lucía se acurrucó contra Marcos, con la cabeza sobre su hombro. «Me alegro de que hayamos hecho esto,» murmuró, observando las luciérnagas danzar sobre el césped.

Marcos besó la parte superior de su cabeza, dejando escapar un suspiro de satisfacción. «Yo también. Es perfecto, ¿verdad? Un lugar para crecer y un lugar para descansar, todo en uno.»

Y así, el jardín de Marcos y Lucía se convirtió en un símbolo de su vida juntos: equilibrado y hermoso, una mezcla de trabajo y ocio. Habían encontrado su pequeño rincón de tranquilidad, y era más que suficiente.