Cuando la Proximidad No es Suficiente: «Mis Padres Están Cerca, Pero Aún Me Siento Sola»

Vivir en la misma ciudad que mis padres se suponía que sería una bendición. Cuando mi pareja, Javier, y yo decidimos establecernos en las afueras de Madrid, pensamos que tener a la familia cerca sería una red de seguridad. Ambos tenemos 28 años y nos conocimos durante nuestro último año en la universidad. Nuestra relación ha superado muchas tormentas, desde cambios de trabajo hasta problemas financieros, y siempre hemos logrado salir más fuertes. Pero ahora, mientras enfrentamos los desafíos de criar a nuestra hija de dos años, Lucía, me siento más aislada que nunca.

Mis padres viven a solo unas calles de distancia, y aunque adoran a Lucía, su participación es esporádica en el mejor de los casos. Todavía trabajan a tiempo completo y tienen sus propias vidas sociales, lo que deja poco espacio para cuidar a la niña de manera espontánea o brindar apoyo emocional. Había imaginado un papel más activo para ellos, pero la realidad está lejos de lo que esperaba.

Javier trabaja largas horas en una startup tecnológica, a menudo saliendo antes de que Lucía se despierte y regresando justo a tiempo para acostarla. Yo trabajo a tiempo parcial desde casa, compaginando llamadas de conferencia con cambios de pañales y horarios de siesta. Los días se desdibujan en una neblina de agotamiento y soledad. Anhelo una conversación adulta y un respiro de las demandas implacables de la maternidad.

He intentado pedir ayuda a mis padres, pero sus horarios rara vez coinciden con nuestras necesidades. Mi madre suele decir: «Solo avísanos cuando nos necesites», pero cuando lo hago, siempre hay una razón por la que no pueden venir. No es que no les importe; simplemente están ocupados con sus propias vidas. Aun así, es difícil no sentirse decepcionada.

En un intento por encontrar algo de alivio, me uní a un grupo local de madres. Las mujeres son bastante amables, pero me cuesta conectar a un nivel más profundo. Muchas de ellas tienen familiares más involucrados o parejas con horarios laborales más flexibles. Sus experiencias parecen mundos aparte de las mías, y a menudo salgo de nuestras reuniones sintiéndome más aislada que antes.

El peso de mis emociones se está volviendo más difícil de soportar. He comenzado a ver a una terapeuta para ayudarme a desentrañar el enredo de sentimientos que han echado raíces en mi mente. Ella me anima a comunicarme más abiertamente con Javier sobre mis luchas, pero es difícil cuando él también está tan agotado. Nuestras conversaciones a menudo giran en torno a la logística: quién va a comprar o llevar a Lucía al médico, dejando poco espacio para discutir nuestro bienestar emocional.

He considerado contratar a una niñera para darme un respiro, pero la idea de confiarle a Lucía a alguien fuera de la familia me llena de ansiedad. Se siente como admitir la derrota, como reconocer que no puedo manejar todo por mi cuenta. Pero en el fondo, sé que algo tiene que cambiar.

A medida que los días se convierten en semanas y luego en meses, la sensación de aislamiento solo se hace más fuerte. Mis padres permanecen cerca pero distantes, su presencia es más un recordatorio de lo que me falta que una fuente de consuelo. Javier y yo continuamos navegando por nuestras rutinas, dos barcos que pasan en la noche.

Ojalá pudiera decir que hay una resolución en el horizonte, que las cosas mejorarán con el tiempo. Pero por ahora, me queda lidiar con la realidad de que la proximidad no siempre equivale a apoyo y que a veces, incluso cuando estás rodeada de familia, puedes sentirte completamente sola.