«¿Por Qué No Me Escuchas? ¡Está Envenenando Tu Mente Contra Mí!»

El viento aullaba afuera, haciendo vibrar las ventanas mientras yo me sentaba en el salón tenuemente iluminado, el único sonido era el tic-tac del reloj en la pared. Mi hijo, Pablo, dormía arriba, ajeno al caos que había invadido nuestras vidas. Ahora éramos solo nosotros dos, tratando de recomponer los restos de lo que una vez fue una familia feliz.

Todo comenzó hace unos meses cuando mi marido, Javier, empezó a llegar tarde del trabajo. Siempre tenía una excusa: una reunión se alargó, el tráfico era terrible o tenía que ayudar a un colega con un proyecto. Quería creerle, pero había una sensación persistente en mi interior de que algo no iba bien.

Luego llegó el día en que no volvió a casa. Llamé a su teléfono repetidamente, cada vez yendo directamente al buzón de voz. El pánico se apoderó de mí mientras imaginaba lo peor. Pero no fue hasta la mañana siguiente que recibí un mensaje de texto que destrozó mi mundo: «Lo siento, pero no volveré. He encontrado a alguien más.»

Las palabras fueron como una daga en mi corazón. ¿Cómo pudo hacernos esto? ¿A Pablo? Pasé días en una niebla de incredulidad y rabia, tratando de entenderlo todo. Pero en el fondo, sabía la verdad: lo había perdido mucho antes de que se fuera físicamente.

A medida que las semanas se convirtieron en meses, intenté crear una sensación de normalidad para Pablo. Establecimos nuevas rutinas y tradiciones, pero siempre había un vacío que persistía en nuestro hogar. La ausencia de Javier era un recordatorio constante de lo que habíamos perdido.

Luego llegó la llamada telefónica que cambiaría todo una vez más. Era Javier, su voz llena de urgencia y desesperación. «Tienes que firmarlo todo a mi nombre,» suplicó. «¿Por qué no me escuchas? ¡Está envenenando tu mente contra mí!»

Me sorprendieron sus palabras. ¿Quién era «ella»? ¿Y por qué iba a firmarlo todo a su nombre? No tenía sentido. Pero mientras continuaba hablando, quedó claro que estaba bajo la influencia de alguien más—alguien que le había convencido de que yo era la enemiga.

A pesar de mis intentos por razonar con él, Javier se negó a escuchar. Estaba convencido de que yo intentaba arruinar su vida, y nada de lo que dijera podía cambiar su opinión. Era como si se hubiera convertido en un extraño de la noche a la mañana, alguien a quien ya no reconocía.

A medida que pasaban los días, me di cuenta de que no había nada que pudiera hacer para traerlo de vuelta. El hombre al que una vez amé se había ido, reemplazado por alguien que me veía como una adversaria en lugar de una compañera. Fue una dolorosa realización, pero una que tuve que aceptar.

Ahora, mientras me siento sola en el salón, con el peso de todo presionando sobre mí, sé que nuestra historia no tiene un final feliz. Pero por el bien de Pablo, tengo que seguir adelante, incluso si eso significa hacerlo sin Javier a nuestro lado.