Una noche de tormenta en la sala de partos: cuando todo se rompió y volvió a empezar

—¡No me puedes hacer esto ahora, Lucía! —gritó mi madre desde el pasillo, mientras yo sentía cómo una contracción me partía en dos. Afuera, la tormenta golpeaba los cristales del hospital de Salamanca con furia. El viento aullaba como si quisiera arrancar los cimientos del edificio, y dentro de mí todo era caos: miedo, dolor y una rabia que no sabía de dónde venía.

Mi marido, Álvaro, no estaba. Había salido corriendo horas antes tras una discusión brutal con mi padre. Nadie me decía la verdad, pero yo lo sentía: algo se había roto en mi familia esa noche. Mi hermana Marta lloraba en silencio en la sala de espera, y mi padre no levantaba la vista del suelo. Yo solo quería que alguien me cogiera la mano y me dijera que todo iba a salir bien.

—Lucía, cariño, aguanta un poco más —susurró la comadrona, una mujer mayor llamada Carmen, mientras me ayudaba a respirar. Pero yo no podía más. Sentía que no solo estaba dando a luz a mi hijo, sino también a una nueva versión de mí misma, una que tendría que aprender a vivir entre ruinas.

Horas antes, la cena familiar había sido un desastre. Mi padre había llegado tarde y borracho, como tantas otras veces desde que perdió el trabajo en la fábrica. Mi madre le recriminó su actitud delante de todos. Álvaro intentó mediar, pero acabó gritándole a mi padre que era un cobarde. Marta se levantó llorando de la mesa. Yo sentí cómo se me rompía algo dentro y, de repente, las contracciones empezaron.

—¡No puedo más! —grité mientras otra ola de dolor me atravesaba.

La comadrona me miró con ternura y firmeza.

—Tienes que ser fuerte por tu hijo. Y por ti.

En ese momento, escuché la puerta abrirse de golpe. Era Álvaro, empapado por la lluvia, con los ojos rojos y el rostro desencajado.

—Lucía… lo siento —susurró, acercándose a mi cama—. No sabía…

No le dejé terminar. Le aparté la mano con rabia.

—¿Dónde estabas cuando más te necesitaba? ¿Por qué nadie me dice qué está pasando?

Mi madre intentó intervenir:

—Lucía, hija, ahora lo importante es el bebé…

—¡No! —grité—. Lo importante es que esta familia se está desmoronando y nadie tiene el valor de decir la verdad.

El silencio fue absoluto. Solo se oía el pitido constante del monitor y mi respiración entrecortada.

Fue entonces cuando Marta se acercó a mi cama y, temblando, me susurró al oído:

—Papá… ha estado mintiendo. No perdió el trabajo hace dos meses… Lo echaron porque… porque le pillaron robando en la fábrica.

Sentí que el mundo se detenía. Miré a mi padre, esperando una negación, una explicación. Pero él solo bajó aún más la cabeza.

—Lo hice por vosotros —murmuró—. No podía soportar veros pasar necesidades…

Mi madre rompió a llorar. Álvaro intentó abrazarme pero yo estaba paralizada. Todo lo que creía saber sobre mi familia se desmoronaba ante mis ojos justo cuando iba a traer una nueva vida al mundo.

Las horas siguientes fueron un torbellino de dolor físico y emocional. Entre gritos y lágrimas nació mi hijo, Daniel. Cuando lo tuve en brazos por primera vez, sentí una mezcla de amor inmenso y miedo atroz: ¿cómo iba a protegerle en un mundo tan frágil?

Esa noche nadie durmió en el hospital. Mi madre y Marta se turnaban para estar conmigo; Álvaro no se movió de mi lado aunque yo apenas le dirigí la palabra; mi padre desapareció durante horas y volvió al amanecer con los ojos hinchados.

Al día siguiente, mientras Daniel dormía en mis brazos y el sol entraba tímidamente por la ventana del hospital, mi padre se arrodilló junto a mi cama.

—Perdóname, hija —dijo con voz rota—. He fallado como padre y como hombre. Pero te juro que haré todo lo posible para arreglar esto…

Miré a mi familia: todos rotos pero juntos. Sentí que tenía dos opciones: dejarme arrastrar por el rencor o intentar reconstruir lo que quedaba.

Tomé aire y miré a Álvaro.

—¿Tú crees que podemos volver a empezar? ¿Que es posible perdonar cuando todo parece perdido?

A veces pienso que la vida es como esa tormenta: arrasa con todo pero también limpia el aire para que algo nuevo pueda crecer. ¿Vosotros qué haríais? ¿Seríais capaces de perdonar y seguir adelante después de una noche así?