El diario en el sótano: secretos de un matrimonio español

—¿Por qué tienes que bajar siempre tú al sótano?—me gritó Luis desde la cocina, mientras yo descendía las escaleras con la cesta de ropa sucia. Su voz sonaba tensa, como si ocultara algo. No le respondí. Últimamente discutíamos por cualquier tontería: el ruido de la lavadora, el olor a humedad, incluso el modo en que doblaba las camisas. Pero ese sábado, algo me empujó a bajar yo misma.

El sótano siempre me había dado escalofríos. Entre cajas de juguetes viejos de nuestros hijos, la bicicleta estática que nunca usamos y los álbumes de fotos de las vacaciones en Benidorm, encontré una caja de madera con el nombre de Luis grabado a mano. No recordaba haberla visto antes. La curiosidad pudo más que el miedo: la abrí y dentro había un cuaderno de tapas negras, gastadas por el tiempo.

Me senté en el suelo frío, con la luz amarillenta temblando sobre mi cabeza. Dudé unos segundos antes de abrirlo. ¿Y si era solo una libreta de trabajo? ¿O una lista de la compra? Pero al leer la primera página, supe que no debía estar allí:

«14 de marzo de 2002. Hoy he vuelto a verla. No puedo evitarlo. Cada vez que pienso en Clara, siento que traiciono a Carmen, pero no puedo dejar de pensar en ella.»

Sentí un nudo en el estómago. Clara era mi mejor amiga desde la universidad. ¿Por qué Luis escribiría algo así? Seguí leyendo, incapaz de detenerme.

«A veces imagino cómo sería mi vida si hubiera elegido a Clara en vez de a Carmen. Pero Carmen es buena, me cuida, me quiere… aunque a veces siento que no me ve realmente.»

Las palabras se mezclaban con mis recuerdos: las cenas con Clara y su marido, las risas compartidas en la terraza del piso, los veranos en la playa. ¿Había estado ciega todo este tiempo? ¿Era yo solo una opción cómoda para Luis?

Escuché pasos arriba. Cerré el diario de golpe y lo escondí bajo mi jersey.

—¿Carmen? ¿Estás bien?—preguntó Luis desde la puerta.

—Sí, solo estoy ordenando un poco—respondí, intentando que mi voz no temblara.

Subí las escaleras con el corazón acelerado. Durante toda la comida no pude mirarle a los ojos. Luis hablaba del partido del Real Madrid y de la paella del domingo como si nada pasara. Yo asentía en silencio, sintiendo que el suelo bajo mis pies se desmoronaba.

Esa noche, mientras él dormía, volví al diario. Las páginas siguientes eran aún peores:

«No sé si algún día podré confesarle a Carmen lo que siento realmente. A veces pienso que sería mejor marcharme y empezar de cero, pero no quiero hacerle daño. Ella no se lo merece.»

Las lágrimas caían sobre el papel. ¿Cuántos años llevaba viviendo una mentira? ¿Era yo tan invisible para él?

Al día siguiente, invité a Clara a tomar café en casa. Necesitaba mirarla a los ojos y buscar alguna señal, algún gesto que me confirmara mis sospechas.

—¿Te pasa algo, Carmen?—me preguntó ella mientras removía el azúcar en su taza.

—No… bueno, sí—dudé—. ¿Tú y Luis habéis tenido alguna vez… algo?

Clara se quedó helada. Bajó la mirada y se mordió el labio.

—Carmen… yo nunca quise hacerte daño. Fue hace muchos años, antes de que os casárais. Luis y yo tuvimos una historia corta, pero él te eligió a ti. Yo lo acepté y nunca más pasó nada entre nosotros. Te lo juro.

Sentí rabia y alivio al mismo tiempo. Rabia porque nadie me lo había contado antes; alivio porque al menos no había habido traición durante nuestro matrimonio… ¿o sí?

Esa noche enfrenté a Luis.

—He encontrado tu diario—le dije sin rodeos.

Luis palideció.

—¿Lo has leído?

Asentí.

—¿Por qué nunca me lo contaste? ¿Por qué he tenido que enterarme así?

Luis se sentó en la cama y se tapó la cara con las manos.

—Tenía miedo de perderte. Sabía que si te lo decía todo cambiaría entre nosotros… Y así ha sido.

El silencio llenó la habitación como una losa. Por primera vez en veinte años sentí que no conocía al hombre con el que compartía mi vida.

Durante semanas apenas nos hablamos. Los niños notaban la tensión; mi suegra me llamaba cada día para preguntar si todo iba bien; mis amigas me animaban a perdonar y seguir adelante, pero yo no podía dejar de pensar en cada palabra escrita en ese diario.

Una tarde, mientras paseaba por el parque del Retiro para despejarme, vi a una pareja mayor cogida de la mano y pensé: ¿cuántos secretos caben en una vida juntos? ¿Es posible amar a alguien sabiendo que siempre fue su segunda opción?

Ahora duermo sola en la habitación pequeña del piso, con el diario guardado bajo llave. Luis intenta acercarse, pero yo necesito tiempo para entender si puedo perdonar o si debo empezar de nuevo.

¿Vosotros qué haríais? ¿Se puede reconstruir un matrimonio después de descubrir algo así o es mejor dejarlo atrás y buscar tu propia felicidad?