Entre Dos Padres: El Día Que Cambió Mi Vida
—¿Y entonces, Lucía? ¿A quién vas a elegir? —La voz de mi madre retumbó en la cocina, tan fría como el mármol sobre el que apoyaba sus manos.
Sentí un nudo en la garganta. Era la tercera vez esa semana que la conversación giraba en torno al mismo tema: quién me acompañaría al altar el día de mi boda. Mi padre biológico, Antonio, había vuelto a aparecer en mi vida hacía apenas dos años, después de casi veinte de ausencia. Mi padrastro, Manuel, era el hombre que me había enseñado a montar en bicicleta, que me recogía del colegio y me abrazaba cuando tenía miedo a la oscuridad.
—No lo sé, mamá… —susurré, mirando mis manos temblorosas.
Mi hermana pequeña, Marta, me miró con ojos suplicantes. Ella siempre había adorado a Manuel. Para ella, él era su único padre. Pero para mí… para mí era más complicado. Antonio era sangre de mi sangre. Me miraba con los mismos ojos verdes que yo veía en el espejo cada mañana. Pero ¿qué derecho tenía a reclamar un lugar en mi vida ahora?
La noticia de mi boda se había extendido rápido por el barrio de Chamberí. Las vecinas cuchicheaban en la panadería: “¿Has oído? Lucía va a casarse. ¿Quién la llevará al altar? ¿El padre de verdad o el otro?”
Una tarde, mientras paseaba por el Retiro con Manuel, él rompió el silencio:
—Lucía, hija… No tienes que sentirte obligada. Si quieres que sea Antonio quien te lleve, lo entenderé.
Me detuve bajo un castaño y le miré a los ojos. Vi en ellos una tristeza profunda, pero también un amor incondicional.
—No es eso, papá… —me salió sin pensar—. Es solo que no quiero hacerle daño a nadie.
Él sonrió con ternura y me acarició el pelo como cuando era niña.
—Tú nunca podrías hacerme daño. Yo ya soy afortunado por haberte visto crecer.
Pero las cosas no eran tan sencillas. Antonio me llamaba cada noche desde su piso en Vallecas. Quería recuperar el tiempo perdido. Me contaba historias de cuando era joven, de cómo conoció a mi madre en una verbena de San Isidro. Me hablaba de sus errores y de su arrepentimiento.
—Lucía —me dijo una noche—, sé que no estuve cuando más me necesitabas. Pero quiero estar ahora. Déjame acompañarte ese día tan importante.
Colgué el teléfono y rompí a llorar. ¿Cómo podía elegir entre dos hombres que representaban partes tan distintas de mí?
La tensión crecía en casa. Mi madre apenas hablaba con Antonio desde su regreso. Mi abuela Carmen decía que los padres son los que crían, no los que engendran. Pero mi tía Pilar insistía en que la sangre tira mucho.
La víspera de la boda, no dormí nada. Soñé con mi infancia: los domingos en el parque con Manuel, las cartas sin respuesta que le escribía a Antonio cuando era pequeña, las lágrimas de mi madre cada vez que veía una foto antigua.
El gran día llegó y la iglesia de San Francisco el Grande estaba llena de flores blancas y murmullos nerviosos. Me miré al espejo vestida de novia y sentí un vacío enorme en el pecho.
Llamaron a la puerta del vestidor. Era Manuel, con los ojos húmedos pero la sonrisa firme.
—¿Estás lista?
Antes de responder, Antonio apareció detrás de él. Por un momento, ambos hombres se miraron sin decir palabra. El silencio era tan denso que podía cortarse con un cuchillo.
—Lucía —dijo Antonio—, no quiero robarte nada. Solo quiero estar cerca de ti hoy.
Manuel asintió y me tendió la mano.
—Podemos hacerlo juntos —susurró.
Las lágrimas rodaron por mis mejillas mientras les tomaba las manos a ambos. Caminé entre ellos hacia el altar, sintiendo por primera vez que no tenía que elegir entre uno u otro; ambos formaban parte de mí.
Después del banquete, mientras bailaba con mi marido bajo las luces cálidas del salón, vi a Manuel y Antonio charlando juntos en una esquina. Por primera vez desde que todo empezó, sonreí de verdad.
Ahora, mientras escribo esto desde nuestro pequeño piso en Lavapiés, pienso en todo lo que aprendí aquel día: que la familia no siempre es perfecta ni sencilla; que amar puede doler y curar al mismo tiempo; y que a veces hay que inventar nuevas formas de ser feliz.
¿Vosotros qué haríais? ¿Elegiríais con el corazón o con la razón? ¿Se puede tener dos padres sin traicionar a ninguno?