Las palabras que nunca se dijeron: Entre Susurros y Traiciones
—¿Por qué tienes que venir siempre cuando yo estoy en casa? —le susurré a Victoria, apretando la taza de café con tanta fuerza que temí romperla.
Victoria me miró con esa sonrisa suya, tan dulce como falsa. —Solo venía a dejarle unas cosas a tu suegra, Lucía. No te pongas así.
Pero yo ya no podía más. Llevaba semanas notando cómo las miradas entre Ethan y Victoria se alargaban demasiado, cómo mi suegra, Carmen, insistía en invitarla a cada comida familiar, cómo los silencios se hacían densos cuando entraba en la habitación. Mi corazón latía con fuerza, como si quisiera advertirme de algo que yo me negaba a ver.
Esa noche, mientras recogía los platos del salón, escuché sus voces en la cocina. No era la primera vez que hablaban a solas, pero sí la primera que me acerqué lo suficiente para oír lo que decían.
—No sé cuánto más puedo aguantar esta situación —susurró Victoria—. Carmen me prometió que todo sería diferente.
—Victoria, por favor… —la voz de Ethan era apenas un hilo—. No podemos hablar aquí.
Sentí un frío recorrerme la espalda. Me apoyé contra la pared, intentando no hacer ruido. ¿De qué hablaban? ¿Qué les había prometido mi suegra?
Recordé el primer día que conocí a Carmen. Me recibió con una sonrisa tensa y un comentario sobre lo mucho que le gustaba Victoria, lo bien que cocinaba, lo educada que era. Yo reí, pensando que era una broma de madre protectora. Pero con el tiempo, me di cuenta de que no era así. Carmen nunca perdió oportunidad de comparar mis defectos con las virtudes de Victoria.
—Ethan necesita una mujer fuerte, alguien que le ayude con el negocio —decía Carmen mientras me miraba de reojo—. No sé si tú estás preparada para eso.
Yo aguantaba. Por Ethan, por nuestro amor. Pero cada vez que Victoria venía a casa, sentía cómo mi lugar se hacía más pequeño.
Esa noche, después de escuchar sus susurros, me encerré en el baño y lloré en silencio. ¿Era yo la paranoica? ¿O realmente había algo entre ellos?
Al día siguiente, decidí enfrentar a Ethan. Esperé a que llegara del trabajo y le serví la cena en silencio. Él notó mi frialdad.
—¿Te pasa algo? —preguntó mientras partía el pan.
—¿Qué te prometió tu madre? —le solté de golpe.
Ethan levantó la vista, sorprendido. —¿De qué hablas?
—Anoche escuché a Victoria decir que Carmen le prometió que todo sería diferente. ¿Diferente cómo? ¿Por qué ella sigue viniendo aquí?
Ethan suspiró y dejó el tenedor sobre la mesa. —Lucía… Mi madre siempre ha querido controlar mi vida. Lo sabes. Pero no hay nada entre Victoria y yo. Solo hablamos porque ella también está cansada de las presiones de mi madre.
No le creí del todo. Había algo en su mirada, una sombra de culpa o quizá de cansancio. Decidí hablar con Carmen directamente.
La encontré en el jardín, regando sus rosales.
—Carmen, necesito saber la verdad. ¿Por qué insistes tanto en traer a Victoria? ¿Qué esperas conseguir?
Ella me miró con frialdad. —Solo quiero lo mejor para mi hijo. Y tú… tú no eres suficiente para él.
Sentí como si me hubieran dado una bofetada. Me quedé sin palabras mientras ella seguía regando las flores como si nada hubiera pasado.
Los días siguientes fueron un infierno. Victoria seguía viniendo, Ethan se volvía más distante y yo sentía que me ahogaba en mi propia casa. Empecé a dudar de mí misma, de mi valor como mujer y como esposa.
Una tarde, mientras paseaba por el Retiro para despejarme, recibí un mensaje de Victoria: “Podemos hablar?”. Dudé en responder, pero al final accedí. Nos encontramos en una cafetería pequeña cerca de Atocha.
—No quiero hacerte daño —dijo Victoria nada más sentarse—. Pero tienes derecho a saberlo todo.
La miré fijamente, esperando lo peor.
—Carmen me prometió que si yo ayudaba a Ethan con el negocio familiar, él acabaría dándose cuenta de que soy la mejor opción para él… Pero Ethan nunca ha querido nada conmigo. Solo somos amigos desde pequeños.
Me quedé helada. ¿Y entonces por qué tanta complicidad? ¿Por qué esos susurros?
Victoria bajó la mirada. —Lo siento si te hice sentir insegura. Solo quería ayudarle con su madre… Pero creo que todos estamos atrapados en esta red de expectativas y mentiras.
Salí de allí con el corazón encogido pero también con una extraña sensación de alivio. Quizá no había habido traición física, pero sí una traición emocional: la de no sentirme suficiente, la de ser comparada constantemente, la de vivir bajo el juicio ajeno.
Esa noche hablé con Ethan largo y tendido. Le pedí que pusiera límites a su madre, que defendiera nuestra relación o que me dejara ir si no era capaz.
—Lucía —me dijo tomando mis manos—, eres tú quien quiero a mi lado. Pero necesito tiempo para enfrentarme a mi madre.
No sé qué pasará mañana ni si nuestro matrimonio sobrevivirá a esto. Pero sí sé que merezco ser elegida cada día y no vivir bajo la sombra de otra mujer ni del pasado de nadie.
A veces me pregunto: ¿Cuántas mujeres viven así, sintiéndose siempre segundas opciones? ¿Cuándo aprenderemos a poner límites incluso a quienes más queremos?