El Silencio de las Miradas Perdidas

La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas del pequeño apartamento en el que vivíamos Javier y yo. El sonido del agua era lo único que rompía el silencio incómodo que se había instalado entre nosotros desde hacía semanas. Me encontraba en la cocina, preparando una cena que sabía que él apenas probaría. Mientras cortaba las verduras, no podía evitar recordar los días en que cocinábamos juntos, riendo y compartiendo historias de nuestro día.

«¿Javier, podrías pasarme la sal?» pregunté, tratando de romper el hielo.

Él levantó la vista del periódico que fingía leer y me miró con una expresión vacía. «Sí, claro,» respondió mientras me pasaba el salero sin siquiera un atisbo de sonrisa.

Ese gesto, tan simple y cotidiano, me dolió más de lo que debería. Era como si cada día se esforzara más por construir un muro invisible entre nosotros. No era solo la falta de palabras, sino la ausencia de su mirada cálida y su risa contagiosa. Me sentía como una extraña en mi propia casa.

Recuerdo cuando nos conocimos en la universidad. Él era el chico carismático que siempre tenía una historia interesante que contar. Me enamoré de su pasión por la vida, su capacidad para hacerme sentir especial con solo una mirada. Pero ahora, esas miradas se habían convertido en destellos fugaces de algo que ya no estaba allí.

Una noche, después de otra cena silenciosa, decidí enfrentar la situación. «Javier, ¿qué está pasando entre nosotros?» pregunté con voz temblorosa.

Él suspiró profundamente y dejó el tenedor sobre el plato. «No sé a qué te refieres,» respondió, evitando mi mirada.

«Sabes exactamente a qué me refiero,» insistí. «Siento que te estás alejando y no entiendo por qué.»

Javier se levantó de la mesa y caminó hacia la ventana, observando las luces de la ciudad como si buscaran respuestas en ellas. «No es tan simple, Elena,» dijo finalmente.

«¿Entonces explícamelo,» le rogué, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos.

«A veces siento que no soy suficiente para ti,» confesó con un tono que nunca antes había escuchado en su voz.

Esa revelación me dejó sin aliento. ¿Cómo podía pensar eso? Siempre había creído que éramos perfectos el uno para el otro. Pero ahora entendía que había algo más profundo que lo estaba consumiendo desde dentro.

Los días siguientes fueron una mezcla de intentos fallidos por acercarnos y momentos de desesperación silenciosa. Intenté todo lo posible para demostrarle cuánto lo amaba, pero cada gesto parecía rebotar contra ese muro invisible.

Una tarde, mientras caminábamos por el parque donde solíamos pasar horas hablando, decidí hacerle frente una vez más. «Javier, si realmente crees que no eres suficiente para mí, ¿por qué no me lo dijiste antes?»

Él se detuvo y me miró con una tristeza infinita en sus ojos. «Porque tenía miedo de perderte,» admitió.

«Pero al alejarte así, ya te estoy perdiendo,» respondí con un nudo en la garganta.

Nos quedamos en silencio, rodeados por el murmullo de las hojas movidas por el viento. Sabía que estaba en un punto crítico: luchar por nuestro amor o aceptar que tal vez era hora de dejarlo ir.

Esa noche, mientras él dormía a mi lado, me quedé despierta mirando el techo, reflexionando sobre todo lo que habíamos vivido juntos. Me di cuenta de que a veces el amor no es suficiente cuando uno de los dos no está dispuesto a luchar por él.

Al amanecer, tomé una decisión. Me levanté con cuidado para no despertarlo y comencé a empacar mis cosas. Sabía que sería doloroso, pero también sabía que merecía estar con alguien que no tuviera miedo de amarme plenamente.

Antes de salir del apartamento, dejé una nota sobre la mesa: «Te amo, pero no puedo seguir luchando sola.» Cerré la puerta detrás de mí con lágrimas en los ojos pero con la certeza de haber hecho lo correcto.

Ahora me pregunto: ¿cuántas veces nos aferramos a algo que ya no existe por miedo a enfrentar la realidad? ¿Cuántas veces dejamos que el silencio hable por nosotros cuando deberíamos gritar nuestros sentimientos? Tal vez es hora de aprender a escuchar más allá del silencio.