Entre dos llaves: El precio de las decisiones ocultas
—¿Cómo que dos estudios? —pregunté, con la voz temblando, mientras sostenía los papeles que acababa de encontrar en el cajón del escritorio de Sergio.
Él se quedó quieto, como si el tiempo se hubiera detenido en nuestro pequeño salón de Madrid. La luz de la tarde entraba por la ventana, iluminando el polvo en suspensión y el silencio que se hizo tan denso que casi podía cortarse con un cuchillo.
—Marta, déjame explicarte…
Pero yo ya no escuchaba. Mi cabeza daba vueltas. Llevábamos meses soñando con ese piso de dos habitaciones en Chamberí, imaginando cómo sería decorar el salón juntos, elegir los azulejos del baño, invitar a mis padres a cenar. Y ahora, de repente, descubría que mi marido había invertido todos nuestros ahorros en dos estudios diminutos. Uno de ellos, para su madre.
No podía evitar sentirme traicionada. No solo por la decisión en sí, sino porque ni siquiera me lo había consultado. ¿En qué momento dejó de ser nuestro proyecto para convertirse en el suyo?
—¿Por qué no me lo dijiste? —susurré, con lágrimas en los ojos.
Sergio bajó la mirada. —Mi madre no puede seguir sola en Leganés. Está mayor, Marta. Pensé que si tenía un estudio cerca podríamos ayudarla mejor… Y el otro es una inversión, podríamos alquilarlo…
—¿Y nuestro hogar? ¿Nuestros planes? —le interrumpí, sintiendo cómo la rabia me quemaba por dentro.
Él se acercó, intentando cogerme la mano, pero yo me aparté. No podía soportar su contacto en ese momento. Me sentía invisible, como si mis deseos y sueños no importaran nada frente a los suyos y los de su madre.
Esa noche no dormí. Me quedé sentada en la cocina, mirando la taza de café frío y preguntándome en qué momento nuestra relación se había convertido en una suma de silencios y decisiones unilaterales. Recordé las veces que Sergio me había dicho que éramos un equipo, que todo lo decidiríamos juntos. ¿Dónde había quedado eso?
Al día siguiente, fui a trabajar como un autómata. Mis compañeras notaron mi cara y enseguida me preguntaron qué me pasaba. Les conté lo sucedido y enseguida surgieron opiniones encontradas:
—Marta, eso no se hace. Tenéis que hablarlo —dijo Lucía, indignada.
—Bueno, igual lo ha hecho por el bien de su madre… —apuntó Carmen, siempre conciliadora.
Pero yo solo sentía una mezcla de rabia y tristeza. ¿Y si esto era solo el principio? ¿Y si Sergio seguía tomando decisiones importantes sin contar conmigo?
Esa tarde decidí enfrentarme a mi suegra. Fui a su piso en Leganés y le conté lo que había pasado. Ella me miró con una mezcla de sorpresa y pena.
—Marta, hija, yo no sabía nada. Sergio solo me dijo que quería tenerme cerca por si me pasaba algo… Pero nunca quise ser una carga para vosotros.
Sus palabras me hicieron sentir aún peor. No era culpa suya. Era Sergio quien había decidido por todos.
Volví a casa y encontré a Sergio sentado en el sofá, con cara de no haber pegado ojo. Me senté frente a él y le miré fijamente.
—No puedo seguir así —le dije—. No puedo vivir en una relación donde mis opiniones no cuentan.
Él rompió a llorar. Nunca le había visto así.
—Lo siento, Marta. De verdad pensé que era lo mejor para todos… Me agobié con lo de mi madre y no supe cómo decírtelo. Tenía miedo de que te enfadaras o de que dijeras que no…
—¿Y no ves que eso es peor? —le respondí—. Si no podemos hablar las cosas importantes, ¿qué nos queda?
Pasaron días de discusiones, silencios incómodos y miradas esquivas. Mi familia también se enteró y mi madre vino a verme preocupada.
—Hija, los matrimonios pasan por crisis —me dijo—. Pero esto es grave. Tienes que decidir si puedes perdonarle o no.
Yo misma no lo sabía. Quería creer que podíamos arreglarlo, pero algo dentro de mí se había roto.
Finalmente, Sergio propuso vender uno de los estudios para buscar juntos otro piso más grande. Pero ya nada era igual. La confianza se había resquebrajado y cada conversación era un campo minado.
Una noche, mientras cenábamos en silencio, le pregunté:
—¿De verdad crees que podemos volver a ser los mismos?
Él me miró con tristeza y esperanza a la vez.
—Solo si volvemos a decidir juntos.
No sé qué haré aún. ¿Se puede reconstruir una relación después de una traición así? ¿O hay decisiones que marcan un antes y un después para siempre?
¿Vosotros qué haríais? ¿Perdonaríais o buscaríais vuestro propio camino?