Entre el amor y el abismo: La historia de Marta y Javier

«¡No puedo más, Javier!» grité mientras lanzaba el plato contra la pared, viendo cómo se rompía en mil pedazos. El sonido del cristal al estrellarse resonó en la cocina, pero no tanto como mis palabras. Javier me miró con los ojos llenos de cansancio y frustración, como si cada sílaba que pronunciaba fuera un peso más sobre sus hombros ya cargados.

«Marta, por favor, entiende que estoy haciendo todo lo posible», respondió él, su voz apenas un susurro. «El negocio está en una situación crítica y…»

«¿Y qué hay de nosotros? ¿Qué hay de tus hijos?» lo interrumpí, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a brotar sin control. «¿Cuándo fue la última vez que te sentaste a cenar con nosotros sin mirar el teléfono cada cinco minutos?»

Javier bajó la mirada, incapaz de responder. Sabía que tenía razón, pero también sabía que su silencio era una respuesta en sí misma. Desde que había decidido expandir su empresa, nuestra vida se había convertido en una serie de momentos perdidos y promesas incumplidas.

Mientras él pasaba noches enteras en la oficina, yo me quedaba en casa cuidando de nuestros dos hijos. Diego, nuestro pequeño de apenas diez meses, había estado enfermo casi constantemente desde que nació. Las visitas al médico se habían vuelto parte de nuestra rutina semanal, y cada fiebre o tos me llenaba de un miedo paralizante.

«Mamá, ¿por qué papá nunca está en casa?» preguntó Lucía, nuestra hija mayor, una noche mientras la arropaba en su cama.

«Papá está trabajando mucho para que tengamos todo lo que necesitamos», le respondí con una sonrisa forzada, tratando de ocultar mi propia tristeza.

Pero la verdad era que no sabía cuánto más podría soportar esta situación. Me sentía sola, atrapada en un matrimonio donde el amor parecía haberse desvanecido entre las responsabilidades y las expectativas no cumplidas.

Una tarde, mientras Diego dormía y Lucía estaba en la escuela, me encontré sentada en el sofá con una taza de café frío entre las manos. Miré alrededor de nuestra sala de estar, llena de juguetes esparcidos y fotos familiares que parecían pertenecer a otra vida.

Fue entonces cuando mi teléfono sonó. Era Laura, mi mejor amiga desde la infancia. «Marta, ¿cómo estás? Hace tiempo que no hablamos», dijo con su voz cálida y familiar.

«No muy bien», admití finalmente. «Siento que estoy perdiendo a Javier y no sé qué hacer para recuperarlo.»

Laura guardó silencio por un momento antes de responder: «A veces, cuando parece que todo está perdido, es cuando más debemos luchar. Pero también debes preguntarte si estás luchando por algo que realmente vale la pena salvar.»

Sus palabras resonaron en mi mente durante días. ¿Estaba luchando por un matrimonio que ya no existía? ¿O había aún esperanza para nosotros?

Una noche, después de acostar a los niños, decidí enfrentar mis miedos y hablar con Javier. Lo encontré en su despacho, rodeado de papeles y con el rostro iluminado por la luz azulada del ordenador.

«Javier», dije suavemente desde la puerta. Él levantó la vista sorprendido al verme allí.

«Marta…», comenzó a decir, pero lo interrumpí.

«Necesitamos hablar», dije con firmeza. «No podemos seguir así. Nos estamos perdiendo el uno al otro y no quiero que nuestros hijos crezcan sin conocer lo que es una familia unida.»

Javier asintió lentamente y apagó el ordenador. «Tienes razón», admitió con un suspiro profundo. «He estado tan enfocado en el trabajo que he olvidado lo más importante: ustedes.»

Nos sentamos juntos en el sofá por primera vez en meses y hablamos hasta el amanecer. Hablamos sobre nuestros miedos, nuestras frustraciones y nuestras esperanzas para el futuro. Fue una conversación dolorosa pero necesaria.

Al final, decidimos buscar ayuda profesional para intentar salvar nuestro matrimonio. Sabíamos que no sería fácil y que requeriría esfuerzo de ambos lados, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí una chispa de esperanza.

Mientras veía a Javier dormir al amanecer, me pregunté si realmente podríamos superar esta crisis juntos. ¿Podría el amor renacer entre las cenizas del dolor y la distancia? Solo el tiempo lo diría.