Entre mi madre y mi esposa: el precio de elegir

—O ella o yo, Alejandro. No puedo seguir viviendo así —la voz de mi madre retumbó en el pasillo, tan fría como el mármol del suelo bajo mis pies.

Me quedé paralizado, con las llaves aún en la mano, mientras Lucía, mi esposa, lloraba en silencio en la cocina. Mi hija pequeña, Paula, se aferraba a mi pierna, ajena al huracán que arrasaba nuestro hogar. Era una tarde cualquiera de marzo en nuestro piso de Carabanchel, pero sentí que el mundo se partía en dos.

Todo empezó hace años, cuando tras la muerte de mi padre, traje a mi madre a vivir con nosotros. Carmen nunca fue una mujer fácil; su carácter fuerte y sus opiniones tajantes siempre marcaron la dinámica familiar. Al principio, Lucía aceptó la situación con generosidad. Pero pronto las pequeñas diferencias se convirtieron en trincheras: la forma de cocinar el cocido madrileño, la educación de Paula, hasta el modo de tender la ropa.

—Tu madre me corrige delante de tu hija —me decía Lucía una noche, con los ojos rojos de tanto llorar—. No puedo más, Alejandro. Siento que aquí nunca seré suficiente.

Intenté mediar, pero cada intento era como echar gasolina al fuego. Carmen no cedía ni un milímetro.

—En esta casa se hacen las cosas como yo digo. Así lo hacía tu abuela y así lo haré yo —me repetía mientras preparaba la cena, ignorando las lágrimas de Lucía.

Las cenas familiares se volvieron campos de batalla silenciosos. Paula miraba a una y otra buscando aprobación. Yo sentía que me ahogaba entre dos amores imposibles de reconciliar.

Una noche, después de otra discusión por la hora de llegada de Paula del colegio, Lucía explotó:

—¡No puedo más! O tu madre se va o me voy yo. No quiero que nuestra hija crezca en este ambiente.

Me quedé sin palabras. Miré a mi madre buscando ayuda, pero ella solo cruzó los brazos y murmuró:

—Ya te lo dije, hijo. Esa mujer no es para ti.

Los días siguientes fueron un infierno. Carmen dejó de hablarle a Lucía y solo se dirigía a mí para recordarme todo lo que había sacrificado por criarme sola tras la muerte de papá. Lucía dormía en el sofá y evitaba cualquier contacto con mi madre. Paula empezó a tartamudear y a tener pesadillas.

Una tarde, al volver del trabajo, encontré a Lucía haciendo las maletas.

—No puedo quedarme aquí ni un día más —me dijo con voz temblorosa—. Si me quieres, ven con nosotras. Si no, quédate con tu madre.

Me senté en el borde de la cama sintiendo que me arrancaban el corazón. ¿Cómo elegir entre la mujer que amo y la madre que me dio la vida? ¿Cómo explicar a Paula que su familia se rompía por culpa de los adultos?

Esa noche salí al balcón y miré las luces de Madrid extendiéndose hasta el horizonte. Recordé los domingos en El Retiro con mis padres, los veranos en el pueblo de Segovia con mis abuelos… y sentí una rabia sorda por no poder salvar lo que más quería.

Al día siguiente, Carmen me esperó en la cocina con una taza de café.

—Hijo, tú decides. Pero recuerda quién estuvo siempre a tu lado —susurró sin mirarme a los ojos.

Lucía ya había dejado la casa cuando bajé al portal. Paula me abrazó fuerte antes de subir al coche con su madre. Me quedé solo en medio del silencio más cruel que he sentido nunca.

Durante semanas viví como un fantasma. Carmen intentó llenar el vacío con sus rutinas, pero nada era igual. Paula me llamaba por las noches preguntando cuándo volveríamos a estar juntos. Lucía evitaba hablar conmigo más allá de lo imprescindible.

Un día, mientras recogía los juguetes de Paula del salón vacío, comprendí que había perdido mucho más que una batalla doméstica: había perdido mi hogar.

Hoy sigo preguntándome si tomé la decisión correcta al quedarme con mi madre. ¿Era justo sacrificar mi matrimonio por lealtad filial? ¿O debería haber priorizado a la familia que yo mismo había formado?

A veces veo a Carmen mirar las fotos antiguas y sé que también sufre, aunque nunca lo admita. Paula ha dejado de tartamudear, pero cuando viene a verme pregunta por qué ya no vivimos todos juntos.

¿De verdad era imposible encontrar un punto medio? ¿Cuántas familias españolas viven atrapadas entre el deber y el amor? Si tú estuvieras en mi lugar… ¿qué habrías hecho?