La llamada que rompió mi boda: El secreto de mi madre en el hospital
—¿Dónde estás, Pablo? ¡La ceremonia empieza en menos de una hora! —La voz de Magda temblaba al otro lado del teléfono, mezclando nerviosismo y enfado. Yo estaba parado en la acera frente al hospital Gregorio Marañón, con el traje arrugado y el corazón a punto de salirse del pecho. No podía decirle la verdad. No todavía.
Todo había sido perfecto hasta esa mañana. Mi madre, Carmen, me llamó llorando: “Hijo, ven al hospital. Es urgente. No vengas con nadie”. Su tono era tan desesperado que no dudé ni un segundo. Salí corriendo de casa de mis padres, donde me estaba vistiendo para la boda, y cogí un taxi sin avisar a nadie. El taxista, un hombre mayor con acento andaluz, intentó bromear sobre los nervios de los novios, pero yo solo podía mirar por la ventana, sintiendo que algo terrible se avecinaba.
Al llegar, encontré a mi madre sentada en una sala de espera, con los ojos hinchados y las manos temblorosas. —Mamá, ¿qué pasa? ¿Te encuentras mal? —pregunté, arrodillándome a su lado. Ella me miró como si no supiera por dónde empezar.
—Pablo… antes de que te cases, tienes que saber la verdad. No puedo dejar que empieces una nueva vida sin esto —dijo, y su voz se rompió.
Me llevó a una habitación donde estaba mi padre, Antonio, conectado a una máquina de oxígeno. Parecía más pequeño, más frágil que nunca. Mi madre cerró la puerta y se sentó frente a mí.
—No eres hijo de Antonio —soltó de golpe. El aire se volvió denso. Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.
—¿Cómo? —balbuceé.
—Tu verdadero padre es… —tragó saliva— es Julián, el mejor amigo de tu padre. Fue un error, una noche… pero Antonio te ha criado como suyo desde el primer día. Nadie más lo sabe. Ni siquiera Julián.
Me quedé en silencio. Todo lo que creía saber sobre mi vida se desmoronaba en ese instante. Recordé las tardes jugando al fútbol con Antonio, las discusiones sobre política en la sobremesa, los consejos sobre el amor… ¿Todo era mentira?
—¿Por qué me lo dices ahora? ¿Por qué hoy? —grité, incapaz de contener las lágrimas.
—Porque tu padre está muy enfermo y no sabemos si saldrá de esta. No podía llevarme este secreto a la tumba —respondió mi madre, sollozando.
Antonio me miró con ojos tristes y cansados. —Te quiero como a un hijo, Pablo. Eso no cambia nada —susurró.
Pero sí cambiaba todo. Salí corriendo del hospital, ignorando las llamadas de Magda y los mensajes de mis amigos preguntando dónde estaba el novio. Caminé sin rumbo por las calles de Madrid, sintiendo que cada paso me alejaba más de la vida que había planeado.
Me senté en un banco del Retiro y marqué el número de Magda. Cuando contestó, supe que tenía que contarle la verdad.
—Magda… no puedo casarme hoy. Ha pasado algo muy grave en mi familia —dije entre sollozos.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —preguntó ella, preocupada.
Le conté todo. El secreto de mi madre, la enfermedad de Antonio, mi confusión. Hubo un silencio largo al otro lado.
—Pablo… yo te quiero por quien eres, no por tu apellido ni por tu sangre. Pero tienes que decidir qué quieres hacer ahora. No puedo obligarte a nada —dijo finalmente.
Colgué y volví al hospital. Mi madre seguía allí, esperando una respuesta que yo no podía darle.
—¿Y ahora qué hago? ¿Le digo a Julián? ¿Rompo con todo? —pregunté, desesperado.
—Eso solo puedes decidirlo tú —respondió ella.
Entré en la habitación de Antonio y me senté a su lado. Le cogí la mano y lloré como un niño pequeño. Él solo apretó mi mano y me sonrió débilmente.
—La familia no es solo la sangre, Pablo. Es quien está contigo cuando más lo necesitas —susurró.
Esa noche no dormí. Pensé en Magda, en mi madre, en Antonio… en Julián, que ni siquiera sabía que tenía un hijo. Pensé en todas las veces que había sentido que no encajaba del todo en mi familia y ahora entendía por qué.
Al día siguiente fui a casa de Magda. Ella abrió la puerta con los ojos rojos de tanto llorar.
—¿Has decidido qué vas a hacer? —preguntó sin rodeos.
—No lo sé —admití—. Solo sé que necesito tiempo para entender quién soy realmente.
Ella asintió y me abrazó fuerte.
Hoy han pasado tres meses desde aquel día. Antonio sigue luchando en el hospital; mi madre intenta recomponer los pedazos de nuestra familia; Magda y yo seguimos juntos pero todo es diferente. Todavía no he hablado con Julián. No sé si algún día podré perdonar a mi madre por haberme mentido toda la vida… pero tampoco sé si podría vivir sin ella o sin Antonio.
A veces me pregunto: ¿es posible reconstruir una vida cuando descubres que todo era una mentira? ¿Qué haríais vosotros si estuvierais en mi lugar?