¿Por qué siempre pago yo? – Confesiones de una mujer española sobre el dinero en pareja
—¿Otra vez pagas tú, Lucía? —me preguntó mi amiga Carmen mientras sacaba su móvil para pagar el café en la terraza de la Plaza Mayor.
Sentí un nudo en el estómago. No era la primera vez que alguien me lo decía, pero sí la primera vez que me lo preguntaban tan directamente. Miré a Sergio, que sonreía distraído, ajeno a la conversación, mientras revisaba el menú del día.
—No pasa nada, Carmen —respondí, intentando restarle importancia—. Ya sabes cómo es esto…
Pero no sabía cómo era. Ni siquiera yo lo sabía. Lo cierto es que llevaba meses sintiendo que algo no iba bien. Cada vez que salíamos a cenar, cada vez que había que pagar la compra del supermercado o la factura de la luz, era yo quien sacaba la tarjeta. Al principio no me importaba: Sergio estaba en paro y yo tenía un trabajo estable como administrativa en una gestoría del centro de Madrid. Pero ahora él ya llevaba más de un año trabajando en una tienda de deportes y, sin embargo, nada había cambiado.
Recuerdo una noche en la que discutimos por primera vez por este tema. Estábamos en casa, viendo una serie cualquiera, cuando recibí una notificación del banco: mi cuenta estaba en números rojos.
—Sergio, ¿puedes ayudarme este mes con el alquiler? —le pregunté, intentando sonar tranquila.
Él ni siquiera apartó la vista de la pantalla.
—Este mes me viene fatal, Lucía. Ya sabes que tengo que pagar el seguro del coche y además quiero ahorrar para las vacaciones de agosto.
Me quedé callada. No supe qué decir. ¿Vacaciones? ¿A costa de qué? ¿De mi tranquilidad?
A partir de ese día empecé a fijarme más en los pequeños detalles. Cuando íbamos al supermercado, Sergio siempre elegía los productos más caros: jamón ibérico, vino de Rioja, queso manchego… Pero cuando llegaba el momento de pagar, se quedaba mirando el móvil o se iba a buscar algo «que se le había olvidado». Yo pagaba sin rechistar.
Una tarde, mientras preparaba la cena, mi madre me llamó por teléfono.
—¿Cómo va todo con Sergio? —me preguntó con ese tono entre curioso y preocupado que solo las madres saben usar.
No supe qué responderle. Me limité a decirle que todo iba bien, pero sentí ganas de llorar. ¿Por qué me costaba tanto hablar de esto? ¿Por qué sentía vergüenza?
La situación fue empeorando poco a poco. Empecé a notar que Sergio se permitía pequeños lujos: se compró unas zapatillas nuevas, empezó a salir más con sus amigos… pero nunca tenía dinero para aportar a los gastos comunes. Una noche, después de una cena con amigos en casa —por supuesto, pagada por mí—, exploté.
—Sergio, ¿te parece normal que siempre pague yo todo? —le solté mientras recogía los platos.
Él se encogió de hombros.
—Tú ganas más que yo… Además, no es para tanto. Ya te invitaré algún día.
Sentí rabia. No era cuestión de invitarme un día ni de quién ganaba más. Era cuestión de respeto, de sentirme acompañada y valorada. Empecé a preguntarme si realmente quería seguir así.
Hablé con mis amigas sobre el tema. Todas tenían opiniones distintas:
—En mi casa lo pagamos todo a medias —dijo Marta—. Si uno no puede un mes, lo compensamos al siguiente.
—Pues yo prefiero que mi pareja pague más porque gana mucho más —añadió Ana—. Pero siempre hablamos las cosas.
Me di cuenta de que lo importante no era cómo se repartía el dinero, sino que ambos estuvieran de acuerdo y se sintieran cómodos. Pero yo no lo estaba.
Un domingo por la mañana decidí hablarlo seriamente con Sergio. Preparé café y me senté frente a él en la mesa del salón.
—Sergio, esto no puede seguir así. Me siento sola en esto. No es justo que siempre pague yo todo. Necesito que nos organicemos mejor y que ambos aportemos según podamos.
Él se quedó callado unos segundos y luego suspiró.
—No me había dado cuenta de que te molestaba tanto… Pensé que no te importaba porque nunca decías nada.
—Claro que me importa —le respondí casi llorando—. Me siento utilizada y eso me duele mucho.
La conversación fue larga y difícil. Sergio prometió cambiar y empezamos a hacer cuentas juntos cada mes. Al principio costó: hubo discusiones, reproches y momentos incómodos. Pero poco a poco fuimos encontrando un equilibrio.
Sin embargo, algo dentro de mí ya se había roto. Empecé a preguntarme si realmente quería estar con alguien que necesitaba que le explicaran algo tan básico como compartir los gastos en pareja. ¿Era egoísmo por su parte o simplemente falta de madurez?
Hoy sigo con Sergio, pero las cosas no son iguales. Ahora hablamos más de dinero y nos organizamos mejor, pero esa herida sigue ahí. A veces me pregunto si merezco algo mejor o si simplemente esto es lo normal en las parejas españolas de hoy en día.
¿De verdad es tan difícil hablar de dinero en pareja? ¿Cuántas mujeres más estarán pasando por lo mismo y callan por miedo o vergüenza? ¿Vosotras también sentís ese peso invisible?