Refugio en la Oficina: Escapando del Matrimonio

«¡No puedo más, Javier!» grité mientras lanzaba el plato contra la pared, viendo cómo se rompía en mil pedazos. La discusión había comenzado por algo tan trivial como quién debía sacar la basura, pero había escalado rápidamente a un intercambio de reproches y acusaciones. «Siempre es lo mismo contigo, Lucía,» replicó él, su voz cargada de cansancio y desdén. «Nunca estás contenta con nada.»

Me quedé allí, en medio de la cocina, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con desbordarse. No era solo la discusión de esa noche; era el cúmulo de años de pequeñas decepciones y expectativas no cumplidas. Cuando nos casamos, pensé que Javier y yo seríamos inseparables, que enfrentaríamos juntos cualquier adversidad. Pero con el tiempo, las diferencias se hicieron más evidentes y el amor se fue transformando en una rutina monótona.

Al día siguiente, me levanté temprano, antes de que Javier siquiera abriera los ojos. Me vestí rápidamente y salí de casa sin hacer ruido. El camino al trabajo se había convertido en mi momento de paz, un respiro antes de enfrentar otro día lleno de tensiones. Al llegar a la oficina, saludé a mis compañeros con una sonrisa forzada, intentando ocultar el torbellino emocional que llevaba dentro.

«Lucía, ¿estás bien?» preguntó Marta, mi colega y amiga desde hace años. Su mirada preocupada me hizo sentir vulnerable, pero asentí con la cabeza. «Sí, solo un poco cansada,» mentí. Sabía que Marta sospechaba que algo no iba bien en mi matrimonio, pero no quería cargarla con mis problemas.

El trabajo era mi refugio. Allí podía concentrarme en tareas concretas y sentir que tenía el control de algo en mi vida. Sin embargo, cada vez que sonaba el teléfono y veía el nombre de Javier en la pantalla, mi corazón se encogía. «¿Qué querrá ahora?» pensaba con irritación mientras dejaba que la llamada se fuera al buzón de voz.

Las semanas pasaron y mi relación con Javier no mejoraba. Las discusiones eran cada vez más frecuentes y yo me encontraba buscando excusas para quedarme más tiempo en la oficina. «Tengo mucho trabajo acumulado,» le decía cuando él preguntaba por qué llegaba tan tarde a casa. En realidad, prefería la soledad del despacho a enfrentar su mirada acusadora.

Una noche, mientras revisaba unos documentos, Marta se acercó a mi escritorio. «Lucía, ¿quieres ir a tomar algo después del trabajo?» Me sorprendió su invitación, pero acepté sin dudarlo. Necesitaba hablar con alguien y Marta siempre había sido una buena oyente.

En el bar, después de un par de copas, finalmente me sinceré. «No sé qué hacer con Javier,» confesé mientras jugaba nerviosamente con mi vaso. «Siento que ya no lo amo como antes.» Marta me escuchó atentamente y luego me dijo algo que resonó profundamente en mí: «A veces, el amor necesita ser redescubierto o reinventado. Tal vez necesites encontrar una nueva forma de conectar con él.»

Sus palabras me hicieron reflexionar durante días. ¿Era posible que aún hubiera esperanza para nosotros? Decidí intentarlo una última vez. Planeé una cena especial en casa e invité a Javier a hablar sinceramente sobre lo que ambos sentíamos.

Esa noche, mientras cenábamos a la luz de las velas, le dije: «Javier, sé que hemos tenido muchos problemas últimamente, pero quiero intentar salvar lo nuestro.» Él me miró sorprendido y por un momento vi al hombre del que me había enamorado años atrás.

«Yo también quiero intentarlo,» respondió suavemente. «No quiero perderte, Lucía.» Sus palabras fueron un bálsamo para mi corazón herido.

Desde entonces, hemos trabajado juntos para reconstruir nuestra relación. No ha sido fácil y todavía tenemos días difíciles, pero estamos aprendiendo a comunicarnos mejor y a valorar los momentos buenos.

Ahora me pregunto si realmente estaba huyendo del problema o si necesitaba ese tiempo para darme cuenta de lo que realmente importaba. ¿Es posible que el amor pueda renacer incluso después de tanto dolor? ¿O simplemente estamos prolongando lo inevitable? Solo el tiempo lo dirá.