Secretos entre nosotros: el precio de la confianza
—¿Por qué no me lo dijiste, Luis? —mi voz temblaba, apenas un susurro, pero en el salón reinaba un silencio tan denso que cada palabra parecía un grito.
Luis no me miraba. Jugaba nervioso con las llaves del coche, sentado al borde del sofá, como si en cualquier momento pudiera salir corriendo. Yo, de pie frente a él, sentía que el suelo se abría bajo mis pies. En la mesa, entre nosotros, reposaban los extractos bancarios que había encontrado por casualidad, con transferencias regulares a nombre de Marta, su exmujer.
No sé cuánto tiempo estuve en shock antes de atreverme a preguntar. Siempre pensé que la sinceridad era la base de nuestro matrimonio. Nos casamos hace cinco años, después de dos de noviazgo en los que compartimos todo: sueños, miedos, hasta las pequeñas manías cotidianas. Yo confiaba en él ciegamente. ¿Cómo no hacerlo? Luis era ese tipo de hombre que te mira a los ojos cuando hablas, que recuerda tu cumpleaños y el de tu madre, que te prepara café los domingos por la mañana. Pero ahora, todo eso parecía una mentira.
—No quería preocuparte, Lucía —dijo al fin, con la voz ronca—. Marta está pasando un mal momento y… bueno, pensé que podía ayudarla sin que te afectara.
—¿Sin que me afectara? —repetí, incrédula—. ¿Te parece que esto no me afecta? ¡Has estado ocultándome algo así durante meses! ¿Y si no lo hubiera descubierto? ¿Hasta cuándo pensabas seguir mintiéndome?
Luis se llevó las manos a la cara. Por un instante, sentí lástima. Pero la rabia era más fuerte. ¿Cómo podía sentir compasión por él cuando yo era la traicionada?
La historia de Marta siempre fue una sombra en nuestra relación. Se separaron en buenos términos, decían. No tenían hijos, pero compartían amigos, recuerdos, hasta una hipoteca que tardaron años en liquidar. Yo nunca sentí celos, o eso creía. Pero ahora, cada transferencia era como una puñalada. ¿Por qué ella seguía siendo tan importante para él?
Esa noche no dormí. Me tumbé en la cama mirando el techo, repasando cada conversación, cada gesto de los últimos meses. ¿Había señales que no quise ver? ¿En qué momento dejamos de contarnos todo?
Al día siguiente, fui a trabajar como un autómata. En la oficina, mis compañeras hablaban de la última serie de Netflix y de las vacaciones en la playa. Yo solo pensaba en cómo mi vida se había convertido en una serie de suspense de mala calidad. Cuando volví a casa, Luis me esperaba con la cena hecha y una carta sobre la mesa.
“Lucía, sé que te he fallado. No hay excusa para lo que he hecho. Solo quería protegerte, pero entiendo que eso no justifica haber roto tu confianza. Marta me pidió ayuda porque perdió el trabajo y no tiene a nadie más. No hay nada entre nosotros, te lo juro. Pero si esto significa perderte, prefiero dejar de ayudarla antes que perderte a ti.”
Leí la carta una y otra vez. ¿Era suficiente su arrepentimiento? ¿Podía perdonarle? Llamé a mi hermana, Carmen, buscando consejo.
—¿Y si fuera al revés? —me preguntó ella—. ¿Tú habrías hecho lo mismo por un ex?
No supe qué responder. La verdad es que no. Pero tampoco sabía si eso me hacía mejor persona o simplemente más egoísta.
Los días siguientes fueron un infierno. Luis intentaba acercarse, pero yo levantaba muros invisibles. Me sentía sola incluso cuando él estaba a mi lado. Empecé a dudar de todo: de nuestro amor, de mi capacidad para perdonar, incluso de mí misma.
Una tarde, al salir del trabajo, me encontré con Marta en la puerta del supermercado. No la veía desde hacía años. Me miró con ojos cansados y una sonrisa triste.
—Siento mucho todo esto, Lucía —me dijo—. No quería causaros problemas. Luis solo intentaba ayudarme porque sabe lo mal que lo estoy pasando. Pero entiendo si quieres que deje de pedirle ayuda.
Me quedé muda. No era la villana de mi historia, solo una mujer derrotada por la vida. Sentí una punzada de compasión y vergüenza por mis celos.
Esa noche hablé con Luis. Por primera vez en días, nos sentamos juntos en el sofá sin reproches ni gritos.
—No sé si puedo volver a confiar en ti —le dije—. Pero quiero intentarlo. Solo te pido que nunca más me ocultes nada, aunque creas que es por mi bien.
Luis asintió, con lágrimas en los ojos.
—Te lo prometo, Lucía.
Han pasado semanas desde entonces. La herida sigue ahí, pero poco a poco cicatriza. Hemos empezado terapia de pareja y hablamos más que nunca. A veces pienso que esta crisis nos ha unido más, aunque el miedo a otra traición nunca desaparece del todo.
Me pregunto si el amor puede realmente reconstruir lo que la desconfianza ha destruido. ¿Es posible volver a confiar plenamente después de una traición así? ¿O siempre quedará una sombra entre nosotros?