Antes de Hablar Mal de Otro, Filtra Tus Palabras a Través de Tres Tamices
«¡No puedo creer lo que me han contado sobre Javier!» exclamé, entrando en la cocina de mi abuela con el corazón acelerado y la mente llena de confusión. Mi abuela, una mujer de rostro sereno y ojos que parecían haber visto más de lo que cualquier persona debería, levantó la vista del guiso que removía con paciencia. «¿Qué es lo que te han contado, María?» preguntó con voz calmada.
«Dicen que Javier ha estado robando en la tienda del pueblo,» respondí, sintiendo cómo la indignación se mezclaba con la duda. Javier era mi mejor amigo desde la infancia, y la sola idea de que pudiera hacer algo así me resultaba inconcebible.
Mi abuela dejó la cuchara a un lado y se secó las manos en el delantal. «Antes de que sigas, quiero que filtres lo que vas a decir a través de tres tamices,» dijo, mirándome fijamente.
«¿Tres tamices?» repetí, sin entender del todo.
«Sí,» asintió ella. «El primero es el tamiz de la verdad. ¿Estás absolutamente segura de que lo que te han contado es cierto?»
Me quedé en silencio, dándome cuenta de que no tenía pruebas, solo palabras que habían pasado de boca en boca. «No, no estoy segura,» admití finalmente.
«El segundo tamiz es el de la bondad,» continuó mi abuela. «¿Lo que vas a decir es algo bueno?»
Negué con la cabeza. «No, no lo es,» respondí con un suspiro.
«Y el tercer tamiz es el de la necesidad,» concluyó ella. «¿Es necesario que lo digas?»
Reflexioné por un momento antes de responder. «Supongo que no,» dije, sintiéndome avergonzada por haber estado tan dispuesta a compartir un rumor sin fundamento.
Mi abuela sonrió suavemente y volvió a su guiso. «Entonces, querida María, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, mejor es no decir nada.»
Me quedé allí, observando cómo el vapor se elevaba lentamente desde la olla, mientras las palabras de mi abuela resonaban en mi mente. Me di cuenta de cuántas veces había hablado sin pensar, sin considerar el daño que mis palabras podrían causar.
Esa noche, mientras intentaba dormir, no podía dejar de pensar en Javier. ¿Y si el rumor era cierto? ¿Y si él realmente estaba en problemas? Decidí que al día siguiente hablaría directamente con él.
Al día siguiente, encontré a Javier sentado en nuestro lugar habitual junto al río. Su expresión era sombría, y supe al instante que algo no iba bien.
«Javier,» comencé con cautela, «he oído algo sobre ti y quería saber si estás bien.»
Él levantó la vista, sus ojos llenos de una tristeza que nunca había visto antes. «María, he cometido un error,» confesó con voz temblorosa. «Tomé algo de la tienda porque necesitaba dinero para ayudar a mi madre con las medicinas.»
Mi corazón se encogió al escuchar sus palabras. Sentí una mezcla de compasión y tristeza por mi amigo. «¿Por qué no me dijiste nada? Podríamos haber encontrado otra solución juntos,» le dije, tratando de ofrecerle apoyo.
Javier suspiró profundamente. «Tenía miedo de lo que pensarías de mí,» admitió.
Nos quedamos en silencio por un momento, escuchando el murmullo del agua del río. Finalmente, le dije: «Lo importante ahora es cómo podemos arreglar esto. Estoy aquí para ayudarte.»
Con el tiempo, Javier y yo trabajamos juntos para devolver lo que había tomado y enfrentar las consecuencias de sus acciones. Aprendimos una valiosa lección sobre la importancia de ser honestos y pedir ayuda cuando más lo necesitamos.
Esa experiencia me enseñó más sobre el poder destructivo de los rumores y la importancia de ser cuidadosos con nuestras palabras. Me di cuenta de que todos llevamos nuestras propias batallas internas y que un poco de comprensión y apoyo puede marcar una gran diferencia.
Ahora, cada vez que estoy tentada a hablar sin pensar, recuerdo los tres tamices de mi abuela y me pregunto: ¿Estoy siendo justa con los demás? ¿Estoy usando mis palabras para construir o para destruir?