No Quise Cuidar a Mi Nieta: El Precio de Elegir Mi Propio Camino

—¿De verdad vas a dejar que tu nieta se quede con una desconocida? —La voz de Lucía retumbó en el pasillo, tan afilada como el frío de enero que se colaba por la ventana del salón.

Me quedé quieta, con la taza de café temblando entre mis manos. Miré a mi hijo Álvaro, que evitaba mi mirada, como si el suelo pudiera tragárselo y así huir del conflicto. Yo, Carmen, 62 años, madre de tres y abuela reciente, sentía cómo el corazón me latía en la garganta.

—Lucía, no es cuestión de dejarla con una desconocida. Simplemente… —tragué saliva— necesito tiempo para mí. He empezado mi propio negocio, sabes que siempre he querido pintar y ahora por fin tengo encargos.

Lucía bufó. —¿Y eso es más importante que tu familia? ¿Que tu nieta?

El silencio se hizo espeso. Álvaro se levantó del sofá y salió al balcón, fingiendo hablar por teléfono. Me quedé sola ante el juicio de mi nuera, que me miraba como si acabara de traicionar a toda la familia.

Durante años fui el pilar de todos: cuidé a mis padres hasta el final, crié a mis hijos prácticamente sola porque Antonio, mi marido, trabajaba en la obra y apenas estaba en casa. Cuando Lucía y Álvaro tuvieron a Martina, supe que esperaban que yo repitiera el ciclo. Pero algo dentro de mí se rebeló. ¿Por qué tenía que renunciar siempre a lo mío?

—No puedo más —le dije una tarde a mi amiga Pilar en la cafetería del barrio—. Me siento culpable por querer vivir mi vida.

Pilar me cogió la mano. —Carmen, ya has hecho bastante. No tienes que demostrar nada a nadie.

Pero la culpa no se va tan fácil. Lucía empezó a dejar caer comentarios en las comidas familiares:

—Claro, como ahora Carmen es artista…
—Hay abuelas que sí quieren a sus nietos.

Mi hija mayor, Teresa, intentaba mediar:

—Mamá también tiene derecho a descansar. No es justo cargarla otra vez.

Pero nadie escuchaba. Mi marido guardaba silencio, como siempre. Y yo me sentía cada vez más sola.

Un día, Lucía me llamó llorando:

—La niña está mala y no puedo faltar al trabajo. Por favor, Carmen, sólo hoy.

Sentí un nudo en el estómago. Miré mis pinceles, los lienzos preparados para entregar un encargo importante. Dudé. ¿Era tan mala persona por querer cumplir un sueño?

—Lo siento, Lucía. Hoy no puedo —dije en voz baja.

Colgó sin despedirse. Aquella noche no dormí. Al día siguiente, Álvaro vino a casa:

—Mamá, Lucía está destrozada. Dice que no podemos contar contigo para nada.

Me dolió más de lo que esperaba.

Las semanas pasaron y la distancia creció. Dejaron de invitarme a las comidas del domingo. Martina apenas me saludaba cuando nos cruzábamos en el portal. Empecé a notar las miradas reprobatorias de las vecinas: “Carmen ya no es la misma”, susurraban.

Una tarde lluviosa, mientras pintaba un retrato para una clienta, sonó el timbre. Era Teresa.

—Mamá, ¿estás bien? —preguntó al verme los ojos hinchados.

Me derrumbé.

—No sé si he hecho bien… Siento que he perdido a mi familia por querer vivir para mí.

Teresa me abrazó fuerte.

—No eres egoísta. Eres valiente. Pero aquí nadie sabe cómo romper este círculo…

Recordé entonces las palabras de mi madre antes de morir: “Carmen, no te olvides nunca de ti”. Pero ¿cómo no olvidarse cuando todos te lo exigen?

El conflicto llegó al límite en el cumpleaños de Martina. No fui invitada. Vi las fotos en redes sociales: todos sonriendo menos yo. Sentí una punzada de rabia y tristeza.

Esa noche llamé a Lucía:

—Sé que estás enfadada conmigo. Pero también soy persona. He dado todo lo que tenía durante años y ahora sólo pido un poco para mí.

Silencio al otro lado.

—Quizá algún día lo entiendas —susurré antes de colgar.

Hoy sigo pintando en mi pequeño taller. A veces Martina pasa por debajo del balcón y le lanzo un beso furtivo. No sé si algún día podré recuperar lo perdido. Pero tampoco sé si podría volver atrás y renunciar otra vez a mí misma.

¿De verdad una madre o una abuela debe olvidarse siempre de quién es? ¿O ha llegado el momento de romper el ciclo y aprender a vivir también para nosotras mismas? ¿Qué haríais vosotras?