Donde el amor se esconde: Mi lucha silenciosa tras el nacimiento de mi hijo

—¿Otra vez vas a salir, Sergio? —le pregunté, con la voz quebrada, mientras acunaba a nuestro hijo en brazos. La televisión del salón escupía las noticias de la tarde, pero en casa solo se oía el llanto del pequeño y mi propia respiración entrecortada.

Sergio ni siquiera me miró. Se puso la chaqueta y murmuró:

—Mi madre puede quedarse contigo. Yo tengo que ir al bar con los chicos. Ya sabes cómo es esto.

No, no lo sabía. No sabía cómo era criar a un hijo prácticamente sola mientras el hombre que amaba se desvanecía poco a poco, refugiándose en la comodidad de su madre, Carmen, y en la rutina de siempre. No sabía cómo era sentirme invisible en mi propia casa, ni cómo era que cada día pesara más que el anterior.

Cuando nació Lucas, todo el mundo vino a vernos al hospital. Sergio estaba radiante, orgulloso. Pero esa ilusión se fue apagando tan rápido como las flores que nos regalaron. Pronto, las noches sin dormir y los pañales sucios se convirtieron en mi única compañía. Sergio empezó a llegar tarde del trabajo, a salir más con sus amigos y, sobre todo, a dejarme sola con Lucas. «Mi madre te ayuda mejor que yo», decía. Y Carmen venía cada tarde, sí, pero su ayuda era una mezcla de reproches y consejos no pedidos.

—Ivana, deberías abrigar más al niño. Así se va a resfriar —me decía Carmen mientras me quitaba a Lucas de los brazos.

Yo asentía en silencio, tragándome las lágrimas. ¿Cómo explicarle que lo único que necesitaba era a Sergio a mi lado? Que no quería consejos ni críticas, solo un poco de cariño y comprensión.

Las semanas pasaron y la distancia entre Sergio y yo se hizo abismo. Apenas hablábamos. Cuando lo intentaba, él me cortaba:

—No empieces otra vez con tus dramas, Ivana. Bastante tengo ya en el trabajo.

Una noche, después de acostar a Lucas, me senté en la cocina con una taza de café frío entre las manos. Carmen había venido esa tarde y había preparado la cena para Sergio. Yo ni siquiera tenía hambre. Miré mi reflejo en la ventana: ojeras profundas, pelo recogido a toda prisa y una tristeza que no sabía cómo esconder.

Recordé cómo era nuestra vida antes de Lucas: los paseos por el Retiro, las tardes de cine en versión original, las risas compartidas en la terraza del piso de mis padres en Vallecas. ¿Dónde había quedado todo eso? ¿Dónde estaba el hombre que me prometió estar siempre a mi lado?

Una tarde de domingo, mientras Sergio dormía la siesta y Carmen jugaba con Lucas en el salón, me atreví a hablar con ella.

—Carmen, ¿puedo preguntarle algo?

Ella me miró por encima de las gafas.

—Dime, hija.

—¿Usted cree que Sergio está siendo justo conmigo?

Carmen suspiró y bajó la voz:

—Mira, Ivana, los hombres son así. Mi difunto marido tampoco ayudaba mucho cuando nació Sergio. Es mejor no darle muchas vueltas.

Sentí una punzada en el pecho. ¿Era eso lo que me esperaba? ¿Resignación? ¿Aceptar que la maternidad era una carga solitaria?

Esa noche no pude dormir. Me levanté varias veces para comprobar si Lucas respiraba bien. En una de esas idas y venidas por el pasillo oscuro, vi la luz del móvil de Sergio iluminando su cara. Estaba riéndose con algún vídeo tonto mientras yo me desmoronaba por dentro.

Al día siguiente decidí hablar con mi madre. Cogí el teléfono temblando.

—Mamá… no puedo más —le confesé entre sollozos.

Ella vino enseguida desde Alcorcón. Me abrazó fuerte y me dijo:

—Ivana, hija mía, tienes derecho a pedir ayuda. No eres menos madre por necesitar apoyo. Y tampoco eres menos mujer por querer ser feliz.

Sus palabras me dieron fuerzas para enfrentarme a Sergio esa misma noche.

—Sergio —le dije mientras recogía los juguetes del suelo—, necesito que estés aquí conmigo. No solo como padre de Lucas, sino como mi pareja. No puedo seguir así.

Él bufó y se levantó del sofá.

—Siempre estás igual… ¿Qué quieres que haga? Mi madre te ayuda más que yo podría hacerlo nunca.

—No quiero solo ayuda —le respondí con rabia contenida—. Quiero sentirme acompañada. Quiero saber que esto también es tuyo.

Sergio no supo qué decir. Se encerró en el baño y yo me quedé sola otra vez.

Los días siguientes fueron un infierno silencioso. Carmen seguía viniendo cada tarde, pero ahora notaba su desaprobación en cada gesto. Sergio apenas me dirigía la palabra. Empecé a pensar que quizá estaba pidiendo demasiado, que quizá la maternidad era así para todas las mujeres españolas: una lucha callada entre pañales y reproches.

Pero entonces una amiga del instituto, Laura, me invitó a tomar un café. Le conté todo entre lágrimas y ella me miró muy seria:

—Ivana, no estás sola. Muchas hemos pasado por esto. Pero tienes derecho a exigir tu sitio como madre y como mujer. No te conformes con menos.

Sus palabras fueron un bálsamo inesperado. Empecé a buscar información sobre grupos de apoyo para madres recientes en Madrid. Descubrí historias parecidas a la mía: mujeres invisibles tras la llegada de un hijo, parejas rotas por la falta de comunicación y abuelas omnipresentes llenando vacíos que no les correspondían.

Un día decidí escribirle una carta a Sergio:

«Sergio,
No sé si alguna vez leerás esto con atención, pero necesito decirte lo que siento: estoy cansada de luchar sola por algo que debería ser de los dos. No quiero que Lucas crezca pensando que su madre es solo una sombra en casa ni que tú eres un visitante ocasional en su vida. Si no puedes o no quieres estar aquí conmigo y con él… dímelo claramente. Prefiero una verdad dolorosa a esta mentira silenciosa.
Ivana»

Dejé la carta sobre su almohada y salí a pasear con Lucas por el parque del barrio. El aire fresco me hizo sentir viva por primera vez en meses.

Cuando volví a casa, Sergio estaba sentado en la cama con la carta entre las manos y los ojos rojos.

—No sabía que te sentías así —susurró—. Pensé que lo hacía bien dejando que mi madre ayudara…

—No quiero solo ayuda —le repetí—. Quiero un compañero.

No sé qué pasará mañana ni si Sergio cambiará realmente. Pero hoy he aprendido que mi voz merece ser escuchada y que no estoy sola en esta lucha silenciosa.

¿Hasta cuándo vamos a aceptar las mujeres españolas este papel invisible? ¿Cuándo aprenderemos todos que criar a un hijo es cosa de dos?