Verde de Envidia: Mi Lucha con el Favoritismo de Mi Padrastro en la Boda de Mi Hermana
—¿Por qué siempre tiene que ser Lucía la protagonista? —escupí las palabras sin poder contenerme, mientras veía a mi padrastro, Antonio, colocar con esmero el velo sobre el cabello de mi hermana menor. El salón de la casa olía a flores frescas y perfume caro, pero para mí todo tenía un regusto amargo.
Antonio giró la cabeza, sorprendido por mi tono. —No empieces, Marta. Hoy es un día especial para tu hermana. No lo estropees.
Sentí cómo se me encogía el estómago. Desde que mamá se fue a trabajar a Alemania hace años, Antonio había sido el único adulto en casa. Yo tenía apenas tres años cuando mi padre biológico desapareció de nuestras vidas, y Antonio llegó poco después. Crecí llamándole “papá”, sin saber que no lo era. Me enteré por casualidad, a los doce años, cuando una vecina cotilla me soltó la verdad como quien tira una piedra al estanque. Pero nunca le guardé rencor; al contrario, le quise como si fuera de mi sangre.
Sin embargo, a medida que Lucía crecía, empecé a notar las diferencias. Ella era la niña risueña, la que sacaba buenas notas sin esfuerzo, la que siempre tenía una sonrisa para todos. Yo era más callada, más torpe, más invisible. Pero nunca pensé que Antonio pudiera quererla más que a mí… hasta ahora.
La boda de Lucía lo cambió todo. Desde el primer momento, Antonio se volcó en los preparativos: eligió el restaurante más caro de Toledo, contrató una orquesta y hasta se ofreció a pagar el vestido de novia, un diseño exclusivo de una modista de Salamanca. A mí me pidió que ayudara con las invitaciones y poco más.
—¿Te parece justo? —le pregunté una noche a mi madre por videollamada—. ¿Por qué siempre Lucía? ¿Por qué yo nunca soy suficiente?
Mi madre suspiró al otro lado de la pantalla, con las ojeras marcadas por los turnos dobles en el hospital.—Marta, hija… Antonio hace lo que puede. No te compares con tu hermana. Cada una sois diferentes.
Pero yo no quería ser diferente. Quería sentirme importante para él.
El día de la boda llegó y la casa se llenó de familiares y amigos. Lucía estaba radiante, envuelta en tul y nervios. Yo llevaba un vestido verde botella —el color que me asignaron— y una sonrisa forzada. Mientras ayudaba a Lucía a ponerse los pendientes, ella me miró por el espejo.
—¿Estás bien? —me preguntó en voz baja—. Te noto rara.
—Estoy bien —mentí—. Es tu día, no quiero estropearlo.
Pero por dentro hervía de rabia y tristeza. Durante la ceremonia, Antonio no apartó la vista de Lucía ni un segundo. Cuando llegó el momento del brindis, levantó su copa y dijo:
—Lucía es la alegría de esta familia. No sé qué haríamos sin ella.
Sentí que me tragaba la tierra. Nadie mencionó mi nombre. Nadie agradeció mis esfuerzos ni mi presencia.
En el banquete, me senté en una esquina con mi primo Sergio. Él me miró con complicidad.
—No te rayes, Marta. Los padres siempre tienen favoritos aunque digan que no.
—¿Y si yo nunca fui realmente su hija? —susurré—. ¿Y si sólo soy un recordatorio de lo que perdió?
Sergio apretó mi mano.—Tú vales mucho más de lo que crees.
La fiesta continuó entre risas y bailes. Yo salí al jardín para respirar aire fresco. Antonio me encontró allí, fumando un cigarro a escondidas.
—¿Qué te pasa? —preguntó sin rodeos.
Le miré a los ojos por primera vez en mucho tiempo.—¿Por qué nunca soy suficiente para ti?
Antonio se quedó callado unos segundos.—Marta… No digas tonterías.
—No son tonterías —insistí—. Siempre has preferido a Lucía. Lo veo en cómo la miras, en cómo hablas de ella…
Antonio apagó el cigarro con rabia.—No tienes ni idea de lo difícil que ha sido para mí criaros a las dos solo. Yo no soy tu padre biológico, pero he intentado hacerlo lo mejor posible.
—¿Y eso justifica que me ignores? ¿Que sólo te importe ella?
Antonio bajó la voz.—Lucía siempre ha necesitado más apoyo… Tú eres fuerte, Marta. Pensé que no te hacía falta tanto.
Me quedé helada. ¿Ser fuerte significa ser invisible?
Volví al salón con los ojos rojos y la cabeza llena de preguntas sin respuesta. La fiesta terminó y todos se marcharon poco a poco. Lucía vino a despedirse antes de irse al hotel con su marido.
—Gracias por todo, hermana —me susurró al oído—. Eres la mejor.
Me aferré a ese abrazo como si fuera un salvavidas.
Esa noche no dormí. Pensé en todo lo que había callado durante años: las veces que quise un abrazo y recibí silencio; los logros que pasaron desapercibidos; las lágrimas escondidas bajo la almohada.
Ahora entiendo que la envidia es un monstruo silencioso que te devora por dentro si no lo enfrentas. Pero también sé que merezco ser vista y querida por quien soy, no por lo que esperan de mí.
¿Alguna vez habéis sentido que vuestra familia os quiere menos? ¿Es posible dejar atrás esa herida o nos acompaña toda la vida?