Un Baby Shower, Un Secreto y Un Mundo Roto: La Historia de Lucía
—¿Por qué no ha llegado Sergio todavía? —pregunté en voz baja, mientras fingía sonreír para las fotos que me hacían mis amigas. El salón de mi madre estaba decorado con globos azules y blancos, y la mesa rebosaba de dulces y regalos para mi bebé. Pero yo solo podía mirar el reloj y sentir cómo la ansiedad me apretaba el pecho.
Mi amiga Marta se acercó, con esa sonrisa forzada que solo las personas que saben algo que tú no sabes pueden poner. —Tranquila, Lucía, seguro que está atascado en el tráfico. Ya sabes cómo es Madrid un sábado por la tarde.
Pero yo sabía que no era solo el tráfico. Desde hacía semanas, Sergio estaba distante, frío, siempre con excusas para llegar tarde o salir temprano. Mi madre, sentada a mi lado, me apretó la mano. —Disfruta el momento, hija. Hoy es tu día.
Intenté hacerle caso. Me levanté para abrir los regalos. Entre risas y bromas sobre pañales y biberones, sentí una punzada de soledad. De repente, la puerta sonó con fuerza. Todos se giraron expectantes. Era Sergio. Venía acompañado de una mujer joven, morena, con un vestido rojo demasiado elegante para la ocasión.
El silencio fue absoluto. Sergio ni siquiera me miró a los ojos. —Lucía, tenemos que hablar —dijo con voz temblorosa.
—¿Ahora? ¿Aquí? —pregunté, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con desbordarse.
La mujer se adelantó y me miró fijamente. —Soy Paula —dijo—. Siento mucho tener que hacer esto así, pero creo que tienes derecho a saberlo todo.
Mi madre se levantó de golpe. —¿Pero qué está pasando aquí?
Sergio bajó la cabeza. —Lucía… Paula está embarazada también. De mí. Y llevamos juntos casi dos años.
El mundo se detuvo. Sentí que me faltaba el aire. Las voces de mis amigas se mezclaban en un murmullo lejano. Marta intentó abrazarme, pero yo solo podía mirar a Sergio y a esa mujer que sostenía su vientre con una mano protectora.
—¿Cómo has podido? —susurré—. ¿Cómo has podido mentirme así?
Sergio intentó acercarse, pero mi padre se interpuso entre nosotros. —Será mejor que te vayas ahora mismo —le dijo con voz firme.
Paula empezó a llorar. —No quería hacerte daño, Lucía. Yo tampoco sabía nada de ti hasta hace un mes…
Me senté en el sofá, temblando. Mi madre me abrazó fuerte mientras todos los invitados salían del salón en silencio, sin saber qué decir ni cómo ayudarme.
Las semanas siguientes fueron un infierno. Sergio intentó llamarme varias veces, pero yo no podía ni escuchar su voz sin romperme en mil pedazos. Mi familia se volcó conmigo, pero yo sentía que había perdido algo más que a un marido: había perdido la confianza en todo lo que creía seguro.
Una tarde, Marta vino a verme con una caja de fotos antiguas. —Tienes que recordar quién eres antes de Sergio —me dijo—. No eres solo su mujer ni la madre de su hijo. Eres Lucía, mi amiga valiente.
Lloramos juntas mientras veíamos fotos de nuestra infancia en el Retiro, las fiestas de San Isidro y los veranos en la playa de Cádiz. Poco a poco, empecé a reconstruirme desde los pedazos rotos.
El día que nació mi hijo, Sergio apareció en el hospital con flores y una carta. No quise verle, pero leí su carta esa noche:
“Lucía,
Sé que no merezco tu perdón ni tu cariño después de todo lo que te he hecho. Solo quiero que sepas que siempre te quise y que ojalá pudiera volver atrás para hacer las cosas bien. Espero que algún día puedas ser feliz sin mí.”
No lloré al leerla. Sentí una extraña paz al saber que ya no dependía de él para ser feliz.
Hoy mi hijo tiene tres años y cada vez que le miro sé que tomé la decisión correcta al seguir adelante sola. Paula y yo hablamos alguna vez; ella también fue víctima de las mentiras de Sergio y ahora criamos a nuestros hijos como dos mujeres fuertes que aprendieron a apoyarse en vez de enfrentarse.
A veces me pregunto si alguna vez podré volver a confiar en alguien o si este dolor me acompañará siempre como una cicatriz invisible.
¿Vosotros qué haríais en mi lugar? ¿Se puede perdonar una traición así o es mejor aprender a vivir con las heridas abiertas?